Los economistas conservadores han salido desprestigiados por la crisis. Después de todo, prometieron prosperidad, igualdad y hasta un mundo menos enfermo desde el punto de vista ambiental. Lo único que nos entregaron fue un colapso económico gigantesco, con desempleo y pobreza. Deberían estar escondidos, llenos de vergüenza.
Pero no es así. Todo lo contrario. Los economistas conservadores han tomado más fuerza. ¿Por qué? La razón es que los mitos en los que se fundan sus posturas están profundamente enraizados en una cosmovisión elemental de una gran cantidad de personas, por no decir de la mayoría de la gente.
En el arcón de mitos en los que se funda la economía conservadora o neoclásica existen tres particularmente importantes. No importa cuanta evidencia empírica en sentido contrario pueda usted encontrar, nunca podrá convencer a los fieles de estos dogmas. De todos modos, aquí les ofrecemos unas cuantas piedras para lanzar a las relucientes vitrinas de los que tienen estas creencias.
El primer mito está basado en la idea de que el mundo de lo económico forma un sistema autónomo que se regula a sí mismo. La metáfora más exitosa (y peligrosa) es que lo económico es una especie de máquina. Y como se autoregula, hay que dejarla trabajar sin estorbar su dinámica.
La teoría económica se ha pasado más de 200 años tratando de demostrar que efectivamente el sistema económico se auto-regula y que, por lo tanto, no necesita de la intervención del gobierno o de la esfera de la política. La evidencia de crisis recurrentes podía haber sido suficiente para demostrar lo contrario. Pero frente a las historias de crisis, los neoclásicos siempre podían argumentar que fueron provocadas precisamente por intervenciones irresponsables de los gobiernos.
El debate se desplazó al mundo de los modelos matemáticos. El programa de investigación de los economistas fue sencillo: construir un modelo matemático capaz de reproducir las condiciones bajo las cuales las fuerzas del mercado conducen al equilibrio. Pero el modelo más sofisticado y refinado de la teoría económica neoclásica ha demostrado que en general (salvo excepciones aberrantes) el sistema de mercado es inestable. Así que por donde lo vean: o historia económica, o modelos matemáticos puros, la verdad es que la idea de los mercados autoregulados que conducen al equilibrio no tiene ninguna base racional.
El segundo mito es que la economía de un gobierno es como la de un hogar. Y así como una familia tiene que medir su consumo, el gobierno también tiene que restringir su gasto para no rebasar el monto de sus ingresos. De esta visión procede la idea de que en tiempos de crisis, tal como lo haría una familia, hay que apretarse el cinturón. Es lo que recomiendan sin cesar los llamados halcones de la austeridad fiscal en el debate sobre política fiscal en todo el mundo.
La realidad es diferente. Para empezar, los hogares no pueden establecer gravámenes y recaudar ingresos a través de impuestos. Tampoco he visto familias que vivan cientos de años, que incurran en un déficit constante y que acumulen deuda, como hacen los gobiernos. Normalmente las deudas de los hogares tienen que resolverse de una u otra forma.
En el límite, los gobiernos pueden emitir moneda, algo que los particulares tampoco pueden hacer. Dirán algunos que precisamente para evitar abusos se le ha dado autonomía al banco central. Pero si se observa con cuidado el comportamiento de la Reserva federal en Estados Unidos, se puede constatar que la política monetaria no se parece en nada al comportamiento de una familia.
El tercer mito es que cada clase social o grupo recibe como remuneración lo que aporta a la economía. Esta creencia es la que está más profundamente enraizada en la gente y corta el espectro de todas las clases sociales. Parece que en alguna parte del imaginario colectivo habita la leyenda de que el ingreso de las personas es proporcional a su contribución al producto nacional. El corolario es que el orden económico es justo, pero la realidad es que nada en la teoría económica presta sustento a esta idea. La distribución del ingreso no está determinada por ninguna ley o mecanismo económico. Simple y sencillamente depende de relaciones de poder.
Lo anterior no quiere decir que las variables económicas no son importantes. Por el contrario. Son mucho más importantes de lo que se piensa cuando se coloca uno los lentes de esta mitología perniciosa que todo lo distorsiona. El saldo fiscal, la inflación, la creación monetaria y el nivel salarial, todo eso merece una atención cuidadosa, sin mitologías y creencias más relacionadas con la brujería que con el pensamiento racional.
Los mitos sobre la economía, que se han ido perpetuando en las escuelas y facultades de economía, se fundieron con las creencias más ingenuas y peligrosas de nuestros tiempos. Quizás esas creencias tienen más que ver con aquellas Forze elementari sobre las que escribió Gramsci en su análisis sobre el fascismo.
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