Corresponsal
La Jornada
Viernes 17 de junio de 2011
Nueva York, 16 de junio. La “guerra contra las drogas” fue declarada por el presidente Richard Nixon hace justo 40 años, y en sus batallas han participado todo un amplio elenco de figuras famosas, desde Elvis Presley a distinguidos generales como Barry McCaffrey o personajes públicos como Pablo Escobar, Milton Friedman, George Soros y Sting hasta la bisnieta de León Trotsky.
Pero además de los famosos, en esta guerra han participado, voluntariamente o no, millones de encarcelados, muertos y enfermos que son víctimas de la guerra que se declaró para aplicar la prohibición de sustancias declaradas ilícitas –o sea, lo que han llamado “daños colaterales”.
Ante estos costos sociales y económicos incontables, un gasto acumulativo de un billón de dólares por Estados Unidos, y el despliegue de las fuerzas del país más poderoso en la historia en operaciones de persecución y erradicación, y millones de arrestados desde 1971, ni uno solo de los objetivos de la llamada “guerra contra las drogas” declarada hace 4 décadas ha sido logrado.
Según cálculos oficiales, entre 20 y 25 millones de estadunidenses usarán alguna droga ilícita este año –unos 10 millones más que en 1970 (aunque el gobierno argumenta que como porcentaje de la población, el consumo es menor que a finales de los 70, cuando llegó a los niveles más altos). Según cifras oficiales, cada día casi 8 mil estadunidenses consumen una droga de manera ilegal por primera vez y así se suman a los más de 20 millones de usuarios de drogas ilícitas.
A escala mundial hay más oferta de estupefacientes y más consumo que nunca. Según cifras oficiales de la Organización de Naciones Unidas, de 1998 a 2008 el uso mundial de opiáceos se incrementó 34.5 por ciento, el consumo de cocaína creció 27 por ciento y el de mariguana 8.5 por ciento. De hecho, se calcula que la industria mundial de drogas ilícitas tiene un valor de 320 mil millones de dólares, lo cual equivale a uno por ciento de todo el comercio en el mundo.
Estados Unidos dedica más de 15 mil millones de dólares anuales en el presupuesto para la “guerra contra las drogas”, aunque algunos calculan que la cifra total se acerca a 40 mil millones anuales (al incluir gastos en programas relacionados con los esfuerzos antinarcóticos dentro y fuera de Estados Unidos). A lo largo de las pasadas 4 décadas, según un excelente reportaje especial de la Associated Press el año pasado, unos 20 mil millones de dólares se han dedicado a la lucha contra bandas criminales en otros países, sobre todo Colombia y ahora México; 49 mil millones de dólares a esfuerzos de seguridad antidrogas en las fronteras de Estados Unidos; 121 mil millones de dólares para arrestar a casi 40 millones por delitos de droga no violentos, casi un tercio sólo por posesión de mariguana y otros 450 mil millones para encarcelar a estos en prisiones federales (o sean, sin incluir los que están en reclusorios estatales o cárceles locales).
En su retórica, el gobierno de Barack Obama reconoció que la óptica bélica para abordar el problema de las drogas no estaba funcionando. El director de la oficina de políticas antinarcóticos de la Casa Blanca, conocido como el “zar antinarcóticos”, Gil Kerlikowske, una y otra vez afirma que prefiere abandonar la frase de “guerra” en la lucha contra la droga ilícita, ya que “no estamos en una guerra contra nuestra propia gente” y criticando esa estrategia por sus fallas, en los hechos aun no hay un giro en esta política.
Igual que en los años recientes antes del gobierno de Obama, aproximadamente dos tercios del presupuesto antinarcóticos continúan asignados a esfuerzos de seguridad publica dentro y fuera de Estados Unidos.
Y las consecuencias de una política de prohibición impulsada extensamente sobre castigo y persecución ha tenido enormes consecuencias sociales en este país. Para afroestadunidenses y latinos, la guerra contra las drogas se percibe más bien como una guerra contra ellos, sobre todo la juventud “de color”. Con el encarcelamiento como arma más empleada en esta “guerra”, las cifras lo comprueban: Estados Unidos es el país con más encarcelados en el mundo, con sólo 5 por ciento de la población mundial tiene 25 por ciento del total de los prisioneros en el planeta –unos 2.3 millones, comparado con 300 mil en 1972 (si se incluye los que están en libertad bajo fianza o condicional, suman 7.3 millones, uno de cada 31 adultos). El incremento estrepitoso en la población encarcelada se debe en gran medida al aumento en la detención de personas que cometieron delitos relacionados con la droga –en 1980 habían 41 mil de estos, ahora hay más de 500 mil (un incremento de mil 200 por ciento).
Después de todo esto, ahora resulta que la amenaza de las drogas más peligrosa no es la de productos ilícitos importados desde México, Colombia y Afganistán, sino la de los fármacos recetados legalmente por doctores. El abuso de estos narcóticos y opiáceos ahora es clasificado como una “epidemia”, y según el gobierno, los que mueren por abuso de estas es superior a los que perecen por sobredosis de cocaína y heroína combinados. El abuso de drogas recetadas es el mayor después de la mariguana en este país, informó el gobierno este año.
Para la neurocientífica Nora D. Volkow, el problema de las drogas no es un asunto criminal o de seguridad, sino una condición dentro de la amplia gama de la adicción humana que requiere de una respuesta médica. Como jefa del Instituto Nacional sobre Abuso de Droga del gobierno federal, Volkow encabeza las investigaciones sobre las causas químicas y biológicas de las adicciones, y lo resumió con una sola palabra en entrevista con el New York Times: toda adicción se reduce a una sola cosa: la dopamina. Afirma que toda sustancia adictiva genera una ola de esta molécula en el cerebro. Las anfetaminas lo hacen de una manera, la cocaína de otra, como también el alcohol y la heroína lo mismo que otros opiáceos, incluyendo los recetados. Su trabajo, según otros expertos, está ofreciendo la base principal para considerar la adicción como una enfermedad y no el resultado de decisiones equivocadas por un adicto, o resultado de comportamiento inmoral, reporta el Times.
Volkow comenta que su obsesión es convertir lo que muchos consideran un problema criminal en un asunto para el sistema de salud. Volkow, por cierto, creció en México, en Coyoacán, en una casa famosa ahora museo: es bisnieta de León Trotsky.
Pero a pesar de la ciencia y de la evidencia empírica en torno a la “guerra contra las drogas”, 40 años después, el paradigma inicial de definir el problema en términos bélicos persiste hoy día. De hecho, ya es una de las guerras más caras, más destructivas y más largas en la historia de este país. Promete ser eterna si no hay un cambio de paradigma sobre la manera como esta sociedad aborda este problema.
Cruzada perdida
Los inicios del plan genial
El 17 de junio de 1971, el presidente Richard Nixon proclamó en un mensaje desde la Casa Blanca que “el enemigo público número uno de Estados Unidos es el abuso de drogas. Para poder luchar y derrotar este enemigo es necesario llevar a cabo una ofensiva nueva y plena. Ésta será una ofensiva a escala mundial abordando los problemas con las fuentes de oferta, como también con estadunidenses desplegados en el extranjero, donde estén en el mundo” y con ello declaró “la guerra contra las drogas”.
Su primer presupuesto para financiar esta “guerra” fue de 100 millones de dólares. Hoy día es de 15.5 mil millones de dólares, 31 veces más que el monto inicial en términos reales.
Pero el inicio de esta política fue en 1969, cuando Nixon caracterizó como una prioridad nacional urgente “ganar la batalla contra el abuso de drogas”.
El Rey del rock entra al rescate
En uno de los actos más bizarros de la historia moderna, Elvis Presley se sumó a esta campaña.
En diciembre de 1970 pidió una cita con Nixon a través de una carta en la que planteaba que deseaba ser nombrado un “agente federal” para ayudar en la batalla contra los estupefacientes, indicando su privilegiada posición como un icono cultural para los jóvenes, y su poder de comunicación con ellos.
En la carta, Presley afirma que “he hecho una investigación a fondo sobre el abuso de drogas y técnicas del lavado de cerebro comunistas y estoy justo en medio de todo esto donde puedo y haré el mayor bien”.
Richard Nixon concedió la cita, platicó sobre el asunto, aceptó el regalo de una pistola Colt .45, y se tomó la foto con el ya deteriorado Rey del rock, abandonado ya por las nuevas generaciones marcadas por Woodstock.
Algunos aseguran que Presley estaba drogado en esta cita, como lo estaba durante sus últimos años, y vale recordar que el que se postulaba como campeón antinarcóticos era un adicto que murió de una sobredosis
Muchos daños, pocos beneficios, clamor que Washington no escucha
Cuarenta años después de la declaración de la “guerra contra las drogas” surge un movimiento sin precedente en el que un número creciente de legisladores, gobernadores, jefes de policía, asociaciones de madres, organizaciones comunitarias, empresarios y figuras internacionales denuncian que la contienda ha fracasado.
Este viernes 17 de junio se cumple el 40 aniversario de la llamada “guerra”, y organizaciones comunitarias, religiosas, afroestadunidenses y latinas, de jóvenes y de madres, junto con asociaciones de policías, jueces y defensores de derechos civiles, entre otros, marcarán el día con decenas de actos por todo el país, anunció hoy la Drug Policy Alliance (DPA) en conferencia de prensa.
“Ya basta, necesitamos proceder en una nueva dirección y romper el tabú para debatir un giro en la política sobre las drogas”, afirmó hoy Ethan Nadelmann, director ejecutivo de DPA.
Poco a poco la oposición a la “guerra contra las drogas” ha crecido en este país, tanto desde sectores y comunidades que han sido víctimas de sus consecuencias, como por figuras reconocidas de la cúpula político, y empresarial, tanto conservadores como liberales y progresistas.
Recientemente, la Comisión Global de Políticas sobre Drogas, integrada por los ex presidentes de México, Ernesto Zedillo; Brasil, Fernando Henrique Cardoso; Colombia, César Gaviria, y Suiza, Ruth Dreifuss, así como por personalidades como el ex secretario de Estado George Shultz, el ex jefe de la Reserva Federal Paul Volcker y el ex secretario general de la Organización de Naciones Unidas Kofi Annan, declaró que la guerra contra las drogas es “un fracaso” e hizo un llamado a dar un giro en el paradigma de cómo abordar el asunto de las sustancias ilícitas, que incluye la despenalización y hasta su regulación legal.
Shultz y Volcker escribieron un artículo publicado en el Wall Street Journal esta semana en el que reiteraron las razones por las cuales argumentan que es hora de poner fin a esa guerra. Durante los años recientes, figuras reconocidas, desde el financiero multimillonario George Soros hasta artistas como Sting y Willie Nelson han promovido este mensaje, y ayudado a impulsar medidas para lograrlo.
Mucho antes que tan distinguido grupo lanzara su llamado, líderes comunitarios ya habían denunciado los efectos de esta guerra. Ningún sector ha sufrido más por estas políticas antidrogas en este país que la comunidad afroestadunidense.
La Unión Estadunidense de Libertades Civiles recientemente concluyó que “las disparidades raciales son asombrosas: a pesar de que los blancos participan en violaciones de leyes antidroga a una tasa mayor que los africanoestadunidenses, estos últimos son encarcelados por ese tipo de delitos a una tasa que es 10 veces superior que la de los blancos”. Según algunos análisis, aunque los afroestadunidenses representan sólo 14 por ciento de los que regularmente usan estupefacientes, son 37 por ciento de los arrestados por ello, y 56 por ciento de los que acaban encarcelados por estos delitos.
Las consecuencias del encarcelamiento masivo vinculado a la “guerra” se multiplican por sus efectos en las familias y comunidades enteras.
Un líder latino en Los Ángeles cuenta a La Jornada que para su hija de 17 años, estudiante de preparatoria, es muy difícil comprar una cerveza o bebida alcohólica, justo porque ese producto es regulado y no se vende a menores sin penas severas para el comerciante. A la vez, agregó, ella y sus compañeros pueden comprar cuando quieran un cigarro de mariguana frente a su escuela, justo por ser un producto prohibido, y por lo tanto no regulado. El gran problema, concluye, es que si es arrestada y enjuiciada, aun si logra evitar ir a la cárcel, su vida queda marcada para siempre por estar fichada, con consecuencias como anular toda posibilidad de asistencia financiera para su educación universitaria, entre otras. De hecho, uno puede cometer delitos gravísimos, incluyendo violación sexual, y aun así obtener asistencia financiera, pero no por haber sido atrapado fumando mariguana.
El gasto para fiscalizar y encarcelar a estos “delincuentes”, representa el rubro de mayor crecimiento después del de salud para el gobierno federal y los estatales. El gobernador de Vermont, Peter Shumlin, comentó hoy que en su estado, mantener encarcelada a una persona por un delito no violento relacionado con droga cuesta en promedio 47 mil dólares al año. Afirmó que todos los gobernadores enfrentan dificultades fiscales ahora, y que cada vez más de ellos critican la política antinarcóticos que les obliga dedicar más recursos a prisiones que a educación y salud.
A la vez, expertos señalan que las políticas antinarcóticos represivas generan una grave crisis de salud, incluyendo el sida y hepatitis C, justo al enfocar recursos sobre seguridad pública y no sobre tratamiento.
Según Nadelmann, la creciente oposición a la guerra antinarco es parte de un movimiento que “trata de apreciar que las políticas prohibicionistas fracasadas son responsables por lo que todos identificamos como graves problemas relacionados con las drogas. El debate en Estados Unidos gira en torno a la sensación de que esa guerra está provocando más daño que beneficios, y que necesitamos buscar una nueva dirección. Ese debate reconoce que cuando uno prohíbe un producto ampliamente deseado, los beneficiarios principales son las organizaciones criminales”, comentó en una entrevista con La Jornada.
Tal vez el fin de la guerra es parte de un cambio generacional tanto abajo como arriba. Muchos políticos y ricos en las cúpulas han participado de cierta manera en esta lucha anteriormente, no como militantes, sino como el “enemigo” –vale recordar que los recientes tres presidentes de Estados Unidos (Clinton, Bush y Obama) han confesado haber usado drogas ilícitas cuando eran jóvenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario