Rodolfo
Bueno
06/12/2022
Fuentes: Rebelión
La
traición al pueblo checoslovaco por parte de Occidente se dio
mediante el Pacto de Münich. Checoslovaquia tenía garantizada su
existencia por el Pacto de Asistencia Mutua, que firmó con Francia,
y por el Tratado Checo-Soviético; además, el 28 de abril de 1938,
Gran Bretaña se comprometió a luchar junto a Francia si tuviera una
guerra contra Alemania. Pese a ello, Chamberlain, Primer Ministro
inglés, voló a entrevistarse con Hitler para lograr un acuerdo
anglo-alemán. Le explicó al rey de Inglaterra que se proponía
plantear a Hitler que Alemania e Inglaterra fueran “los pilares de
la paz en Europa y los baluartes contra el comunismo”.
En
la reunión, Hitler le exigió a Chamberlain que aquellas partes de
los Sudetes checos, donde vivían más del 50% de alemanes pasaran a
formar parte de Alemania. Chamberlain aceptó el traslado de los
Sudetes checos al Tercer Reich. Lord Halifax, secretario de Asuntos
Exteriores de Gran Bretaña, fue el encargado de entregar este
acuerdo a Jan Masaryk, Embajador de Checoslovaquia en Londres.
Se
dio el siguiente diálogo, Lord Halifax: “Ni el Primer Ministro
inglés ni yo le queremos dar consejo alguno con respecto al
memorándum. Pero piénselo bien antes de responder negativamente. El
Primer Ministro está persuadido de que Hitler sólo quiere los
Sudetes, si lo consigue no reclamará nada más”; Masaryk: “¿Y
usted cree eso?”; Lord Halifax: “Yo no he dicho que el Primer
Ministro esté convencido de eso”; Masaryk: “Si ni usted ni el
Primer Ministro quieren darnos ningún consejo sobre el memorándum,
entonces, ¿cuál es el papel del Primer Ministro?”; Lord Halifax:
“El de correo y nada más”; Masaryk: “Debo entender que el
Primer Ministro se ha convertido en recadero del asesino y salteador,
Hitler”; Lord Halifax, un poco turbado: “Pues, si le parece, sí”.
Alemania
propuso la realización de una conferencia de cuatro potencias:
Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. No fue tomada en cuenta
Checoslovaquia, que en ese corrillo perdió la quinta parte de su
territorio, la cuarta parte de su población y la mitad de su
industria pesada. A su delegación, que esperaba fuera del lugar de
la reunión, se le comunicó verbalmente el destino nefasto de su
país. Sus delegados reclamaron indignados por aquella resolución
monstruosa, criminal y absurda. Les contestaron: “¡Es inútil
discutir! Está decidido”.
En
Münich se dieron los primeros pasos para una alianza entre
Inglaterra y Alemania. La finalidad la denuncia Sir John Wheeler
Bennet, historiador británico especializado en el estudio sobre
Alemania: “Existía la oculta esperanza de que la agresión
alemana, si se la lograba encauzar hacia el Este, consumiría sus
fuerzas en las estepas rusas, en una lucha que agotaría a ambas
partes beligerantes”.
Tras
la entrega de Checoslovaquia a Alemania, Hitler exigió la reposición
del Corredor Polaco, la devolución del puerto Dánzig y que Polonia
le cediese facultades extraterritoriales para construir autopistas y
líneas férreas por el territorio polaco. Luego anuló el pacto de
no agresión firmado con Polonia, comenzó a reclamar las colonias
que le fueron arrebatadas por Francia e Inglaterra después de la
Primera Guerra Mundial y renunció al convenio naval anglo-alemán.
El 1 de septiembre de 1939, fecha oficial del inicio de la Segunda
Guerra Mundial, Alemania invadió Polonia. Dos días después,
Inglaterra y Francia le declararon la guerra a Alemania.
El
14 de mayo de 1940, los tanques alemanes rompieron las líneas
defensivas francesas en la región de Sedan y se precipitaron en
dirección a occidente. El 18 de mayo, el 9° ejército francés fue
derrotado. El 20 de mayo, las divisiones motorizadas alemanas
comandadas por von Kleist llegaron a las costas de la Mancha. El 27
de mayo, comenzó la retirada de las fuerzas inglesas de Dunquerke,
operación que fue exitosa gracias a que la Wehrmacht, Fuerzas
Armadas de Alemania, detuvieron inesperadamente su marcha, lo que
facilitó la evacuación de las tropas británicas.
Este
hecho tiene una explicación política, eliminada Francia, Hitler
esperaba ponerse de acuerdo con Gran Bretaña para lograr la división
de las esferas de influencia en el mundo y la creación de un frente
común contra su principal enemigo, la Unión Soviética. Muchos
sostienen que para esta negociación, Rudolf Hess, el segundo hombre
fuerte de Alemania, voló a Gran Bretaña y se lanzó en paracaídas.
La
mañana del 14 de junio, las tropas nazis entraron en París y
desfilaron por los Campos Elíseos. El 21 de junio de 1940, en en el
bosque francés de Compiègne, en el mismo vagón en el que 22 años
atrás Alemania se habían rendido a Francia, bajo los acordes de
“Deutschland Uber Alles” y el saludo nazi hecho por Hitler,
Francia se rindió a Alemania. El Mariscal Petain formó un gobierno
títere, pero el pueblo francés se alineó con la “Francia Libre”,
cuya cabeza era el General Charles De Gaulle, o con el Partido
Comunista Francés. Desde la clandestinidad, ambas fuerzas jugaron un
importante papel en la lucha contra la ocupación alemana.
El
18 de diciembre de 1940, Hitler ordenó desarrollar el Plan
Barbarrosa, que contemplaba la destrucción de la URSS en tres o
cuatro meses; la orden de ponerlo en ejecución la dio luego de
apoderarse de Europa continental, cuando trabajaban para la Wehrmacht
cerca de 6.500 centros industriales europeos y en las fábricas
alemanas laboraban 3’100.000 obreros especialistas extranjeros.
Alemania era la más poderosa potencia imperialista del planeta y la
acompañaron en esta aventura muchos estados europeos y numerosos
voluntarios del resto del mundo.
El
domingo 22 de junio de 1941, Alemania dio inicio al Plan Barbarossa.
Un ejército jamás visto por su experiencia y poderío, se lanzó al
ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde
el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Era un
total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000
tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada alemana.
El
conflicto bélico que Alemania desató en la Unión Soviética fue
una guerra de exterminio contra los pueblos eslavos, gitanos y
judíos, que para los nazis eran de raza inferior y ocupaban el
espacio vital que les pertenecía a ellos, que se creían de raza
superior; por eso, el elevado número de civiles muertos y los
crímenes horripilantes que hubo en los territorios ocupados de la
URSS, algo que no sucedió en el resto de Europa.
Los
nazis inculcaron en el pueblo alemán, y en particular en sus fuerzas
armadas, la doctrina de que ellos descendían de arios, cuya raza
madre, herrenrasse, fue corrompida y debilitada por la mezcla con
razas inferiores; que ellos estaban destinados a convertirse en la
raza de seres superiores, que debían conquistar por la fuerza Europa
Oriental, Rusia y Asia Central. Hitler se creía predestinado a
eliminar el comunismo, ideología que consideraba idónea para los
débiles de espíritu.
Si
a este mejunje doctrinario se añade el soporte del gran capital
financiero mundial, que encontró en Hitler suficientes atributos de
dureza y violencia, necesarios para derrotar la efervescencia
revolucionaria del pueblo alemán, se comprende que él era no sólo
el demagogo que engatusó a un país de grandes tradiciones
libertarias y formidables pensadores, que instauró una dictadura
personal y llevó a los habitantes de Alemania a la guerra, como a
una manada de ciegos, sino que se trata de un fenómeno político
todavía latente, que muestra su vitalidad en el mundo actual,
repleto de conflictos sociales.
Lo
dicho permite comprender por qué el que muchos millones de
soviéticos murieran de inanición en este conflicto, no fue un
problema para Alemania nazi, que creyó innecesario alimentar a los
prisioneros de guerra y a la población civil de la URSS. Hasta el
final de la guerra, los Einsatzkommandos de Himmler exterminaron a
más de tres millones de prisioneros de guerra soviéticos, a los que
trataron de untermensch, en alemán subhombre o subhumano. La Masacre
de Oradour-sur-Glane o la destrucción del pueblo de Lídice, se
dieron por miles en la URSS, donde los Einsatzkommandos asesinaron a
comunistas, rusos, judíos, gitanos, intelectuales, homosexuales,
niños, mujeres y ancianos, a los que llamaron enemigos de Alemania.
Erich Lahousen, oficial de los servicios secretos de la Wehrmacht, en
su testimonio en Nuremberg dijo: “El General Reinecke nos explicó
que la guerra entre Alemania y la URSS no se parecía a ninguna otra.
El soldado del Ejército Ruso no era un combatiente en el sentido
ordinario del término, sino un enemigo ideológico. Un enemigo a
muerte del nacionalsocialismo, que los rusos debían ser tratados de
un modo distinto a los prisioneros de guerra occidentales”.
El
Mariscal Eduard von Manstein ordenó: “El sistema judío-bolchevique
debe ser exterminado… El soldado alemán se presenta como portador
de un concepto racial y debe apreciar la necesidad del más duro
castigo para la judería… En las ciudades enemigas, gran parte de
la población tendrá que pasar hambre. No se debe dar nada, por un
desviado humanitarismo, ni a la población civil ni a los prisioneros
de guerra”.
La
guerra de Alemania contra la URSS era esperada, pero las fechas
notificadas por los servicios secretos soviéticos sobre su inicio no
coincidían, algunas eran reales y otras erróneas. Sólo se tenía
la certeza de que no se debía provocar a Alemania, porque la
Wehrmacht tenía el mayor poder destructivo conocido hasta entonces.
En
los primeros meses de guerra, las fuerzas armadas de Alemania
lograron acercarse a Moscú y Leningrado, dos de sus principales
metas; nada parecía capaz de detener a este monstruo apocalíptico;
sin embargo, el primer fracaso del Plan Barbarrosa se dio cuando la
Wehrmacht fue derrotada en las puertas de Moscú y no pudo desfilar
el 7 de Noviembre de 1941 por la Plaza Roja, tal cual había sido
planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético. Después, los
soldados se dirigieron al frente y ganaron la Batalla de Moscú;
cosechaban el ejemplo del Mayor Klochkov, que se arrojó debajo de un
tanque alemán con granadas en las manos exclamando: “Aunque Rusia
es inmensa, no hay a donde retroceder, ¡detrás está Moscú!”
Sobre
esta batalla el General Douglas MacArthur escribe: “En mi vida he
participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado
detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares
del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la
que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario
hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este
esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la
historia”.
La
siguiente y más importante victoria soviética fue en Stalingrado,
donde se dio la más sangrienta y encarnizada batalla que se conoce,
la suma total de las pérdidas por ambas partes supera con creces los
dos millones de soldados muertos; se prolongó desde el 17 de julio
de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de largos y
feroces combates, el Ejército Rojo derrotó al poderoso Sexto
Ejército Alemán, fuerza élite de la Wehrmacht, comandada por el
Mariscal Paulus.
En
el momento en que el General Vasili Chuikov llegó a hacerse cargo de
la comandancia del 62.º Ejército Soviético, que en Stalingrado
enfrentó al Ejército Alemán, el Mariscal Yeriómenko le preguntó:
“¿Camarada, cuál es el objetivo de su misión?” Su respuesta
fue: “Defender la ciudad o morir en el intento”. Yeriómenko tuvo
la certeza de que Chuikov había entendido perfectamente lo que se le
exigía. Chuikov escribió: “Por todas las leyes de las ciencias
militares, los alemanes debieron ganar la batalla de Stalingrado y,
sin embargo, la perdieron. Es que nosotros creíamos en la victoria.
Esta fe nos permitió vencer y evitó que fuésemos derrotados”.
Es
que comprendía cabalmente que en Stalingrado se sellaba el destino
del orbe, que si Alemania lograba derrotar a la URSS en esta batalla,
se apoderaría del Cáucaso y de los recursos energéticos
soviéticos, sin los cuales colapsaría todo el Frente Oriental; que
después de tomar Stalingrado se le facilitaría a Alemania culminar
con éxito el Plan Barbarossa y la toma posterior de Afganistán,
Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas se unirían
con las japonesas; también, que España, Portugal y Turquía se
sumarían a las naciones del Eje, con lo que los anglosajones serían
eliminados de Europa continental, Asia y África; finalmente, que con
la victoria en Stalingrado, Alemania y sus aliados lograría el
dominio total del mundo.
Chuikov
comenzó con menos de 20.000 hombres y 60 tanques, pese a ello
fortificó las defensas en los lugares donde era posible contener al
enemigo, especialmente, en la colina de Mamáev Kurgán, donde cayó
abatido Rubén Ruiz Ibárruri, hijo único Dolores Ibárruri, la
Pasionaria, dirigente comunista de España; además, estimuló la
formación y el uso de francotiradores, uno de ellos, Vasili Záitsev.
Seguía la doctrina del conde Súvorov: “Sorprender al contrincante
significa vencerlo”. Por eso, luchaba en las condiciones que los
alemanes detestaban, ello le permitía derrotarlos.
Después
de tres meses de sangrientos combates, los alemanes habían capturado
el 90% de la ciudad y dividido a las fuerzas soviéticas en tres
bolsas estrechas. Gracias a la moral combativa de los defensores de
Stalingrado, los alemanes lograron avanzar apenas medio kilómetro en
doce días de la ofensiva de octubre del 1942. El 11 de noviembre, y
por última ocasión, los alemanes atacaron en Stalingrado,
intentaron llegar al río Volga en un frente de cinco kilómetros; el
ataque fracasó porque los rusos defendieron cada metro, cada piedra
de Stalingrado.
El
General alemán Wilhelm Dörr escribió sobre la Batalla de
Stalingrado: “El territorio conquistado se medía en metros, había
que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller…
Estábamos frente a frente con los rusos, lo que impedía utilizar la
aviación. Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por
casa, sus defensas eran muy fuertes”. El General Chuikov fue el que
ideó esa forma de lucha, en la que el espacio de separación de sus
tropas de las alemanas jamás excedía el radio de acción de un
lanzador de granadas.
El
19 de noviembre de 1942 comenzó la operación Urano, ofensiva
soviética que había sido preparada con el mayor de los secretos,
por lo que fue inesperada para los alemanes, que nunca se percataron
del contraataque soviético. Al cuarto día, el 23 de noviembre,
330.000 soldados alemanes fueron cercados en un anillo de entre 40 a
60 kilómetros de amplitud, el mayor cerco que conoce la historia. El
ultimátum enviado por el Mariscal Rokosovsky al General Paulus fue
rechazado.
El
30 de enero, Hitler ascendió al rango de Mariscal de Campo al
General Paulus. En realidad, el acenso era una orden de suicidio,
pues en la historia de las guerras no hay un sólo caso en que un
mariscal de campo haya caído prisionero. Pero Paulus no tenía la
intención de dispararse por ese cabo bohemio, como informó a varios
generales, y prohibió hacerlo a los demás oficiales, que debían
seguir la suerte de sus soldados.
El
2 de febrero de 1943, luego de arduos combates en los que fracasaron
todos los intentos por romper el cerco, cesó la resistencia alemana
en Stalingrado. El Ejército Soviético capturó un mariscal de
campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. Paulus fue
hecho prisionero y en 1944 se unió al Comité Nacional por una
Alemania Libre. En 1946 fue testigo en los Juicios de Núremberg.
Antes de partir hacía Dresde, donde fue jefe del Instituto de
Investigación Histórica Militar de la República Democrática
Alemana, declaró: “Llegué como enemigo de Rusia, me voy como un
buen amigo de ustedes”. Murió en Dresde el 1 de febrero de 1957.
En
la batalla de Stalingrado, la Wehrmacht perdió cerca de un millón
de hombres, el 11% del total de todas las pérdidas alemanas durante
la Segunda Guerra Mundial, el 25% de todas las fuerzas que en esa
época operaban en el Frente Oriental. Fue la peor derrota sufrida
por el Ejército Alemán durante toda su historia y algo que nadie en
el mundo esperaba. En Memorias
de un Soldado,
el General Heinz Guderian escribe: “Después de la catástrofe de
Stalingrado, a finales de enero de 1943, la situación se hizo
bastante amenazadora, aún sin la intervención de las potencias
occidentales”.
La
Batalla de Stalingrado fue el punto de inflexión de la Segunda
Guerra Mundial y resultó una auténtica catástrofe militar para los
alemanes, cuyas tropas no pararon de retroceder hasta rendirse ante
el Mariscal Zhúkov en Berlín, dos años y cuatro meses después. La
victoria de Stalingrado marcó el inicio de la derrota de Alemania,
sentó las bases para la expulsión masiva de los invasores del
territorio soviético, desbarató los planes alemanes, resquebrajó
su sistema de alianzas y llenó de esperanzas a todos los pueblos de
los países que luchaban contra el fascismo. La casi totalidad del
material militar que se empleó en Stalingrado fue fabricado en las
fábricas que los técnicos de la URSS habían trasladado desde las
zonas centrales de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los
alemanes pisándoles los talones.
La
Segunda Guerra Mundial dejó cambios profundos en la estructura
social del mundo y en la consciencia colectiva del género humano. La
victoria aliada es la más grande epopeya de los pueblos del planeta
por conquistar su derecho a la vida, contra el fascismo, que es por
naturaleza propia su negación. Esta lucha no ha concluido mientras
subsistan en el seno de nuestras sociedades el anticomunismo, el
racismo, el chovinismo, la intolerancia y el militarismo, banderas
bajo las cuales se ocultan los más bárbaros enemigos de la especie
humana.