Dossier 1. Para entender lo que está pasando en Palestina

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El funcionamiento del poder absoluto de Gadafi

VS 0 | | sección: web | 01/03/2011
François Dumasy (Mediapart)

Muammar el Gadafi tomó el poder en Libia en 1969 al amparo de un golpe de Estado y es por tanto uno de los dictadores más antiguos del planeta. ¿Cómo lo ha conseguido? El historiador François Dumasy, especializado en Libia y catedrático del Instituto de Estudios Políticos de Aix-en-Provence (Francia), explica el funcionamiento de las estructuras “laxas” sometidas a Gadafi y los múltiples compromisos pergeñados con las grandes tribus para marginar al ejército. También comenta las similitudes y diferencias con las revoluciones egipcia y tunecina. Entrevista realizada por Joseph Confavreux.

En 1977, Gadafi abolió la constitución libia. ¿Cómo funcionan desde entonces el Estado y las estructuras de su poder?

En 1977, Gadafi proclamó la “revolución popular” y cambió el nombre del país por el de Yamahiriya árabe libia, un neologismo que significa “república de las masas”, porque pretende fundamentarse en las asambleas de base. Se trata de un mecanismo bipolar. Por un lado hay algo parecido a una administración enraizada en el pueblo, los comités populares, constituidos fundamentalmente según criterios geográficos (barrios, pueblos, etc.), especie de soviets que se supone expresan directamente la opinión del pueblo y en los que los ciudadanos están obligados a participar.

La expresión nacional de estos comités populares es el Congreso General del Pueblo (CGP), que teóricamente es el órgano legislativo del país. Sin embargo, por otro lado, estos comités están controlados por otros organismos, los comités revolucionarios, que agrupan a las personas que se supone han de preservar el ideal revolucionario del régimen. Estos comités revolucionarios forman la tropa partidaria de Gadafi en el plano político.

Esta estructura dual horizontal entre un poder político, supuestamente revolucionario, y un poder representativo, supuestamente popular, compite además con numerosas estructuras verticales que convergen en la persona de Gadafi.

El principal órgano legislativo, el Congreso General del Pueblo Libio, tiene muy pocas atribuciones, ya que carece de competencias en materia de defensa, asuntos exteriores, política interior y economía. El caso es que Gadafi multiplicó las estructuras que dependen exclusivamente de él, cuyas atribuciones son inconcretas pero que gozan de gran poder. La más importante es un comité formado por los jefes del golpe de Estado de 1969 y sus principales consejeros políticos, cuyo ámbito de actividad es variable pero bastante amplio.

Existe asimismo el Instituto del Libro Verde, un órgano que agrupa a los guardianes del espíritu de la revolución libia…

Al abolir la constitución, y con ella el Estado en sentido clásico, Gadafi aseguró su poder, pues en todo momento puede crear un nuevo comité para perpetuar su sistema basado en lealtades personales y en la redistribución de una parte de las rentas del petróleo. Gadafi aprovecha esta ausencia de estructuras coherentes y estables: puesto que no hay reglas fijas, todo depende del pretendido espíritu revolucionario, encarnado exclusivamente por él. Cuando Gadafi dice que no puede dimitir porque no detenta ningún cargo oficial, desde el punto de vista de las estructuras tiene razón. Afirma ser el guía y el espíritu de la revolución, lo que le otorga un poder tan fuerte como informal y difuso.

La semana pasada vimos a Gadafi leyendo en voz alta extractos de su Libro Verde: ¿es esta obra una especie de código civil o constitución en Libia?

El Libro Verde también es típico del sistema y del modo de operar de Gadafi. Se trata de un conjunto de máximas político-filosóficas y comentarios sobre la sociedad cuya interpretación es variable, pero que en última instancia puede legitimar a cualquier autoridad. Nada está regulado, todo está basado en principios vagos, y cada uno puede mostrar un espíritu más revolucionario que otro en la interpretación del Libro Verde para ganarse el favor del guía supremo.

Gadafi escribió el Libro Verde a imagen del Pequeño Libro Rojo de Mao Zedong y con la idea de que fuera la obra de referencia de una tercera vía, la vía revolucionaria, entre el capitalismo y el socialismo. No se puede entender a Gadafi si no se tiene en cuenta que se considera imbuido de una misión prometeica, casi mesiánica, de guiar a las masas árabes hacia un mundo nuevo.

En realidad, el Libro Verde es un conjunto de pequeños fascículos que hablan de la democracia, la naturaleza del Estado o el lugar de las mujeres en la sociedad. Rechaza la democracia occidental, considerada imperfecta porque permite la dominación de la mayoría sobre la minoría, y aboga por una democracia directa y descentralizada. Gadafi preconiza una sociedad organizada alrededor de entidades pequeñas (familias, barrios, tribus…) y basada en la solidaridad entre personas que se conocen.

El Libro Verde también denota influencias del socialismo europeo, por ejemplo en relación con el lugar de las mujeres o con la exigencia de que el Estado asegure a los ciudadanos una vivienda y alimentación suficientes. En este punto se pone de manifiesto la paradoja libia: el Estado desempeña por un lado un papel importante en la vida cotidiana (distribución de alimentos, asignación de viviendas…) y por otro está ausente, ya que no existen estructuras estatales o institucionales fijas.

El régimen de Gadafi no se reduce a la persona del coronel: ¿cuáles son los diferentes círculos de poder que se conocen?

A través de este batiburrillo de comités, institutos, lealtades personales o tribales, Gadafi deriva una parte de su poder de su papel de árbitro. Los que mantienen el país en torno a Gadafi están peleados entre ellos. Desde 2003, el conflicto principal es el que opone a conservadores y liberales. Estos últimos están encabezados por el hijo mayor de Gadafi, Saif el Islam, y su mentor, Chukri Ganem, primer ministro hasta 2006 y presidente de la Empresa Nacional de Petróleo.

Saif el Islam dirige la fundación Gadafi, que supuestamente se ocupa del desarrollo e, irónicamente, de los derechos humanos. Pero sobre todo es un segundo ministro de Asuntos Exteriores: es el hijo primogénito de Gadafi quien acude a negociar con los jefes de Estado extranjeros, por ejemplo para liberar a las enfermeras búlgaras o gestionar las secuelas del atentado de Lockerbie.

En el otro bando, los llamados conservadores se nutren principalmente de los antiguos compañeros del golpe de Estado de 1969 (el Instituto del Libro Verde es su bastión), aunque en sus filas milita también otro hijo de Gadafi, Mutasem, que desde enero de 2007 presidía el Consejo de Seguridad Nacional, un cargo estratégico en el ámbito militar, antiterrorista y político. Pero resulta difícil discernir claramente la influencia que tienen estos dos bandos.

Por un lado, la opinión arbitral de Gadafi es muy variable. El pasado mes de septiembre, Mutasem cayó en desgracia, aunque no es imposible, visto su antiguo cargo, que hoy se halle detrás de la represión, mientras que Saif el Islam volvió a ocupar el primer plano después de un periodo de postergación.

Por otro lado, la oposición entre los dos bandos es más económica que política. Saif el Islam postula la apertura económica del régimen y no concibe la modernización del país más que desde el punto de vista económico. El último informe del Fondo Monetario Internacional, de comienzos de febrero, ensalza por cierto la tasa de crecimiento de Libia (un 10,3 % en 2010) y los esfuerzos de liberalización y privatización realizados por Saif el Islam. Lo que está en juego son las rentas del petróleo, y los conservadores se niegan a que escapen al control de los dirigentes de los comités revolucionarios.

Este temor es secundado por el pueblo llano o los jóvenes afectados masivamente por el paro, que tienen mucho que perder con esta liberalización y el fin del sistema socializante, incluida la distribución de alimentos y la asignación de viviendas.

La comparación con Egipto, donde la orientación liberal de Mubarak provocó un fuerte descontento entre lo pobres, como también entre los beneficiarios tradicionales de la organización económica del país, en particular los generales del ejército, no es absurda: un autócrata envejecido que atiza los conflictos entre élites cuando se perfila la sucesión, un hijo que concita la hostilidad de los dignatarios tradicionales al promocionar a una nueva clase empresarial, la inquietud de quienes viven de las pequeñas prestaciones concedidas por el régimen…

¿Responde esta revuelta libia, como en Túnez y Egipto, a una demanda tanto democrática como social, o se ve distorsionado este enfoque por el papel de las tribus?

Aunque no se pueda comprender la situación de Libia sin tener en cuenta a las tribus, éstas tampoco lo determinan todo. Una de cada cuatro familias libias viven sin ingresos regulares, pues la tasa de desempleo es muy elevada entre los jóvenes y es imposible decir si las últimas reformas impulsadas por Saif el Islam han causado un gran descontento o no.

En su origen se trata de una revuelta generacional que opera de la misma manera que en Túnez o en Egipto, con una movilización y una organización que utiliza ampliamente las redes sociales. Además, en Trípoli, donde la dimensión tribal es menos importante en un contexto de fuerte urbanización de la población, los focos de rebeldía —donde la represión ha sido más violenta— se hallan en los barrios periféricos, llenos de jóvenes urbanos precarizados, desarraigados, privados de las rentas del petróleo y carentes de toda perspectiva de futuro.

Sin embargo, cuando la cólera popular fue ampliándose, las tribus abandonaron al régimen, y dado que desde la independencia desempeñan un papel central en el funcionamiento político del país, esto cambió todo. En este aspecto tampoco están muy claras las posiciones de unos y otros. Por un lado, los jefes tribales que han dado la espalda a Gadafi en el este del país esperan mantener el control sobre sus tropas y ante todo sobre las nuevas generaciones, aprovechando al mismo tiempo el debilitamiento del poder de Gadafi, al que se oponen, sobre todo en el este, desde hace tiempo.

Por otro lado, Gadafi hizo un llamamiento a los jefes de las tribus del estilo “controlad a vuestros jóvenes y hablaremos”. Pero esto no funcionó, así que tribus importantes como la de los Warfala se rebelaron contra Gadafi, si bien esto no resuelve todo. Una vez decaiga el entusiasmo, no cabe duda de que los jóvenes exigirán también que rindan cuentas los dignatarios que aceptaron durante años, a cambio de jugosos dividendos, el sistema de Gadafi.

La represión actual parece correr a cargo de unos mercenarios o de la guardia más fiel a Gadafi que no de los militares. ¿Qué relación mantiene Gadafi con el ejército?

Desde que tomó el poder, Gadafi ha marginado al ejército. Cuando dio el golpe de Estado no era más que capitán y nunca ha gozado de mucha legitimidad entre los oficiales superiores. Aunque Nasser fue el modelo de Gadafi, Libia no siguió los pasos de Egipto, que otorgó al ejército el papel de garante de la unidad nacional y concedió a los oficiales superiores puestos estratégicos en la dirección de los asuntos del país.

Gadafi continuó razonando como jefe de tribu, armando a sus propios partidarios y superponiendo una parte de la organización tribal tradicional a la organización militar. Es probable que el papel otorgado a determinados miembros de la poderosa tribu de los Warfala en el interior del aparato militar en Cirenaica haya propiciado el cambio de bando de los militares a favor de la rebelión en la región de Bengasi.

La marginación del ejército explica las defecciones y el hecho de que los militares, que se sepa, no hayan participado en la represión, pero plantea otra cuestión. En Libia no hubo una lucha por la independencia que hubiera servido de argamasa para unir los diferentes componentes del país. La independencia fue concedida, entre 1946 y 1951, a una serie de tribus que no compartían una experiencia de lucha común. Esto explica que Gadafi prefiriera, durante más de 40 años, apoyarse en este sistema tribal que en un poder nacional fundado en un ejército fuerte, capaz de encarnar a una nación difícil de discernir. No cabe duda de que el ejército no será capaz de garantizar la continuidad y la unidad nacional como en Túnez o en Egipto, por lo que no cabe descartar la fragmentación del país.

¿Podrá aferrarse Gadafi al poder por mucho tiempo?

Gadafi puede apoyarse en dos brazos armados para defender su poder. Puede contar con las brigadas de su guardia pretoriana, mucho mejor equipadas que el ejército regular y dirigidas por miembros de su propia familia, en particular algunos de sus hijos, aunque es cierto que una brigada que se creía leal a Gadafi ha desertado y se ha unido a la rebelión en Bengasi. Además puede lanzar contra la oposición a las milicias de los comités revolucionarios, armadas hasta los dientes, así como a numerosos mercenarios que han sido la punta de lanza de la sangrienta represión de los últimos días.

Además, Gadafi, aunque ha perdido el control sobre gran parte de los yacimientos petrolíferos, que en su mayoría se hallan en Cirenaica, cuenta con reservas financieras derivadas de las rentas del petróleo que se cifran en más de 150.000 millones de dólares. Esto le permite resistir todavía muchos meses… Por mucho que su poder parezca limitarse ahora a la capital y sus alrededores, la ciudad tiene 1,7 millones de habitantes, es decir, casi un tercio de la población total del país.

Por tanto, todavía es pronto para decir que todo el país ha escapado al control de Gadafi y que éste se ha atrincherado en un último bastión que está a punto de caer.

27/2/2011

Traducción: VIENTO SUR

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