Pepe Escobar
Asia Times Online
25-05-2011
Para vivir fuera de la ley debes ser honrado
Bob Dylan, Absolutely Sweet Marie
“Nadie espera la #revoluciónespañola” ["No one expects the #spanishrevolution] Era uno de los letreros en la emblemática –y ocupada– Puerta del Sol; Monty Python revisado para la era de Twitter.
“Yo estuve en París en mayo del 68 y estoy emocionado. Tengo 72 años”. Era uno de los carteles pegados en la emblemática –y ocupada– Plaza de Catalunya. Las barricadas revisadas como en una sentada “gandhiana”.
Los vientos excitantes del Norte de África de la gran revuelta/primavera árabe de 2011 han cruzado el Mediterráneo y han llegado a Iberia con gran intensidad. En una rebelión social sin precedentes, la Generación Y en España protesta enérgicamente contra –entre otras cosas– la mortificante crisis económica; la desocupación masiva que afecta a un alarmante 45% entre los menores de 30 años y el esclerótico sistema político español que trata al ciudadano como a un simple consumidor.
Este movimiento ciudadano emite peticiones que obtienen cinco firmas por segundo; puede seguirse en Twitter (#spanishrevolution); transmitido en vivo desde la Puerta del Sol en Soltv.tv; para ver su alcance [en inglés], haga clic aquí . Se sienten las reverberaciones en toda España y en todo el mundo –de Los Ángeles a Sydney-. Una mini revolución francesa comenzó en la Bastilla en París. Los italianos planifican sus revoluciones de Roma y Milán a Florencia y Bari.
Indignados del mundo, uníos
Se llaman “los indignados”. La Puerta del Sol es su Plaza Tahrir, una aldea autosuficiente, completa, con grupos de trabajo, clínica móvil de primeros auxilios, y voluntarios que se hacen cargo de todo, desde la limpieza a la tarea de mantener la señal de Internet. El movimiento 15 de Mayo –o 15M, como lo conocen en España– nació como una manifestación de estudiantes universitarios que se transformó espontáneamente en una sentada ilimitada que quería “contaminar” España a través de Facebook y Twitter y así convertirla en un punto social crucial entre África del Norte y Europa.
Al principio eran solo 40. Ahora son decenas de miles en más de 50 ciudades españolas, y suma y sigue. Pronto podrían ser millones. Crucialmente, esto sucede sin el apoyo de ningún partido político o institución, sindicato o medio de masas (en España, totalmente expuesta al ridículo por el poder político). Es extraordinario en un país que no es precisamente conocido por su tradición de disenso o por el poder de la organización ciudadana.
Los indignados son pacifistas, apolíticos y altruistas. No tienen que ver solo con desocupados, la juventud “sin futuro”, sino con un fenómeno intergeneracional, con una convergencia con la clase media. Este punto final de la inercia española –como en el letrero que dice “los franceses y los griegos luchan mientras los españoles ganan al fútbol”– implica un profundo rechazo del enorme abismo entre la clase política y la población, como en el resto de Europa (banderas griegas e islandesas se ven lado a lado con la egipcia.)
Los indignados quieren que los ciudadanos recuperen sus voces –como en una democracia participativa encarnada en asociaciones de vecindario, y a favor del derecho a voto para los inmigrantes. Prácticamente, quieren una reforma de la ley electoral española; más influencia popular en los presupuestos públicos; reforma política y fiscal; aumentos de impuestos para los ingresos más altos; un salario mínimo más elevado; y más control de los grandes bancos y del capitalismo financiero.
Este año, los estudiantes de Londres protestaron en masa contra el aumento de los costes de matrícula en las universidades. El potencial para protestar es inmenso en toda Europa. En Europa mediterránea, la falta de perspectivas es absolutamente desalmada –de la Generación Y a los desocupados de treinta y algo, repletos de diplomas-. A pesar de que el contexto es muy diferente –en el Norte de África la lucha es contra las dictaduras– la Primavera Árabe ha mostrado a los jóvenes europeos que ciudadanos movilizados pueden luchar por la justicia social.
La izquierda española ha tratado de asimilar el movimiento. El presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero –que perdió numerosos votos en las elecciones del pasado domingo, evidentemente boicoteado por el 15-M– dijo que hay que escucharles. La derecha, como era de esperar, prefiere una actitud al estilo de Hosni Mubarak, pidiendo incluso al Ministerio del Interior que se vuelva medieval, como hizo el ex presidente egipcio. Los medios derechistas acusan a los indignados de comunistas, antisistema, guerrillas urbanas y de tener relaciones con los separatistas vascos de ETA. Lo único que falta es una conexión con al-Qaida.
Los indignados responden que no son antisistema; “el sistema es antinosotros”. Su manifiesto condena a la clase política española en su conjunto, a los medios corporativos, como aliados del capital financiero; los que han causado la crisis económica y se benefician con ella. El J’accuse de los indignados incluye al Fondo Monetario Internacional (FMI), la OTAN, la Unión Europea, las agencias de calificación financiera y el Banco Mundial.
La economía española está controlada de hecho por el FMI. Haya sido o no un reformador, el FMI bajo el desafortunado Dominique Strauss-Kahn desencadenó una gran devastación social en España, Grecia y Portugal. No se trata solo de la tasa de desempleo de un 45% en los menores de 30 años en España; también de las pensiones y salarios reducidos en un 15%. El FMI dirige el camino de las economías de Europa meridional hacia, en una palabra, el retroceso.
Es como si el movimiento 15-M hubiera sido electrizado por esa famosa máxima de la teórica marxista polaca Rosa Luxemburgo según la cual el capitalismo es un antagonista irredimible de la verdadera democracia. La historia muestra que eso es exactamente lo que ocurre en el Norte industrializado así como en el Sur global.
El nuevo 1968
Esto va mucho más allá de una revuelta estudiantil. Es una revuelta que pone al descubierto una profunda crisis ética que convulsiona a toda una sociedad. Y va mucho más allá de la economía; es un movimiento que formula preguntas serias sobre el lugar de los seres humanos en la sociedad turbo-capitalista.
No es de extrañar que las personas nacidas durante el baby boom –los padres de la Generación Y– no puedan dejar de acordarse del difunto gran filósofo alemán Herbert Marcuse. En comparación con esta bocanada de aire fresco en medio del paisaje social y económico asfixiante en España y grandes áreas de Europa, ¿cómo no recordar a Marcuse en una conferencia en Vancouver en 1969, hablando de una rebelión estudiantil a escala mundial?
Marcuse evocó entonces que le habían hecho la misma pregunta al filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre –¿por qué estas rebeliones por doquier? Sartre dijo que la respuesta es muy simple, no se necesita un razonamiento sofisticado. Los jóvenes se rebelan porque los asfixian. Marcuse siempre sostuvo que era la mejor explicación para este grito rebelde que denuncia una crisis estructural del capitalismo.
Marcuse era un analista extremadamente incisivo de la degradación de la cultura como forma de represión, y de la necesidad de una elite crítica capaz de hacer añicos el opio totalitario de la cultura consumista (los indignados también están cumpliendo este papel).
Marcuse identificó el 1968 francés y estadounidense como una protesta total contra males específicos, pero al mismo tiempo una protesta contra un sistema total de valores, un sistema total de objetivos. Los jóvenes no querían seguir aguantando la cultura de la sociedad establecida; no solo rechazaban las condiciones económicas y las instituciones políticas sino un putrefacto sistema global de valores.
En 1968, eran realistas, exigían lo imposible. Hoy, uno de los letreros decía “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”.
Bob Dylan cumple 70 años este martes. “In Bob We Trust” [En Bob confiamos]; no nos lo dirá, pero en lo profundo de su corazón y de su mente sabe de dónde vienen los indignados. Si, como escribió en Absolutely Sweet Marie, para vivir afuera hay que ser honrado, los indignados no pueden ser más honrados, porque se niegan a vivir según esta ley que de hecho los está matando, como a la mayoría de nosotros.
Por eso uno se siente tan bien al estar en medio de Madrid, de nuevo con los blues de El Cairo.
Pepe Escobar es autor de “Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War” (Nimble Books, 2007) y “Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge”. Su último libro es “Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com.
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Global_Economy/ME25Dj02.html
rCR
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