José Blanco
La sociedad clama sin parar por la reforma de la educación pública, jubilar a la maestra –no sin fincarle las responsabilidades mil de todo tipo que han sido señaladas en su contra–, y dotar a toda la educación básica y al bachillerato públicos de los recursos suficientes para sacarlos del desastre.
Como siempre, el gobierno panista ejerce ciegamente su dislexia mental e ideológica y opera a la inversa, buscando beneficiar a la educación privada. Nada extraño, nada nuevo.
Ante un público a modo, al aire libre, Calderón tomó su pluma con la mano izquierda y escribiendo hacia la derecha, firmó el decreto por el cual las colegiaturas que cobran las escuelas privadas que cuenten con su respectivo RVOE, tanto las del nivel básico como las de media superior, podrán ser deducidas de la base gravable del impuesto sobre la renta que pagan los jefes de familia.
Brillantísima pieza de política pública educativa. Tanto, que no se sabe por dónde empezar a evaluar la medida.
Todo mundo sabe en México del deplorable nivel educativo que existe en el país; basta mirar los alcances de los países que se han puesto a trabajar seriamente en su sistema educativo. Ocupamos, sin fallar, los últimos peldaños de una escalera que se hunde en las negras oscuridades de la ignorancia, pero todo está allá abajo, tan oscuro que partidos y gobernantes no ven nada.
Desde la década de 1960, comenzó a crecer con rapidez la educación privada, mientras la pública era desfavorecida por múltiples vías. Después de la gestión de Torres Bodet, la educación elemental fue abandonada a su suerte. Nadie se ocupó de mantenerla al día de los progresos que en otros lares avanzaban con ímpetu, en materia de métodos de enseñanza y de formación de profesores. Se propició, en cambio, que los mentores quedaran a merced del trío infernal formado por los caciques Robles Martínez (1949-1971); Jongitud Barrios (1972-1989), y E. E. Gordillo (1989 hasta la fecha).
De este modo la educación pública se enrumbó hacia el desastre, con las excepcionalísimas salvedades que siempre contiene toda realidad. La escuela privada, por su parte, se encaminó por dos rumbos distintos. De una parte, un número pequeño de escuelas, contando con recursos los ilimitados que estaban dispuestos a poner sobre la mesa las familias encumbradas que querían una educación digna de tal nombre para sus hijos, se convirtieron en las mejores escuelas, medidas por la calidad educativa de sus egresados. Pero otro sector se convirtió en una fabulosa parvada de escuelas patito, tan malas o peores que las públicas. ¿Por qué son tan malas? Por algunas de las razones que lo son las públicas: nadie se ocupó que sus profesores y sus métodos de enseñanza fueran una empresa verdaderamente educativa. Son miles de negocios de medio pelo, que echan fuera de sus aulas a egresados sin formación mínimamente seria, cada año.
Familias dispuestas a pagar “escuelitas” de mil pesos o de quinientos o aún de menos, llevaron a sus hijos a que muy educativamente les tomaran el pelo, ya que, como sabe bien quien haya transitado en los corrillos y los espacios de la investigación educativa, cualquiera puede obtener con toda facilidad su RVOE (Reconocimiento de Validez Oficial de Estudios). Los han otorgado a puños las direcciones de educación de las secretarías de Educación Pública de los gobiernos de los estados de toda la República, cuando es necesario (¡imagínese!), por una módica feria.
Si el otorgamiento y el seguimiento de los RVOE fuera en serio, pues tendríamos, provenientes de estas escuelas, alumnos evaluados como de primera en las evaluaciones internacionales. Como en el caso de las guarderías, el mundo de la educación pública básica nada –como buen pato–, a sus anchas, sin quien lo vigile.
De otra parte, como usted se percata, el subsidio no está dirigido a la escuela patito, sino a las inocentes familias que se sacrifican pagando quinientos o mil pesitos para llevar ahí a sus críos. Estas familias, como puede advertirse con facilidad, pertenecen a un estrato de ingreso que sencillamente no hace declaraciones fiscales del impuesto sobre la renta. Unos cuantitos tendrán ocasión de aprovechar el misericordioso arrojo fiscal del presidente Calderón.
A pesar de que de eso se trata, la percepción social que captaron los medios era que se trataba de una medida para favorecer a los ricos. Realmente todo resultó políticamente muy inteligente para el Presidente, con esta medida involuntaria o embozadamente demagógica.
En lugar de andar repartiendo abalorios inútiles, el gobierno bien podría de una vez por todas convocar a la sociedad a una gran cruzada por la educación en la que se involucre la sociedad por entero.
Hasta ahora, México mantiene un ingreso per cápita por encima de cualesquiera países de los denominados BRIC (Brasil, Rusia, India y China), pero dadas nuestras decisiones en materia educativa en todos los niveles, en la investigación científica, en la cultura; mientras no construyamos un edificio educativo dedicado a enseñar a pensar a sus alumnos, principalísima misión de la educación, nuestro destino será el que está a la vista: quedar fuera y por debajo del futuro que espera a los BRIC.
Así es, presidente Calderón.
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