Dossier 1. Para entender lo que está pasando en Palestina

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Visita a Cayetano

El Universal

José Carlo González, la jornada

Foto: José Carlo

Gran Angular

Raúl Rodríguez Cortés

Debilitado casi hasta la inmovilidad, después de 75 días de no comer por propia voluntad, el ingeniero electricista de 46 años Cayetano Cabrera Esteva dice con voz apagada pero inquebrantable convicción: “Calderón, vayámonos a mitas, ya conseguiste la extinción, ahora cédenos el patrón sustituto, la recontratación colectiva y el respeto a los derechos de nuestros jubilados, así resuelves el conflicto y evitas un muerto”.

Cuando se refiere al muerto habla de sí mismo, pues asegura estar dispuesto a llevar hasta la expiración la huelga de hambre que inició el 25 de abril pasado. De entonces a la fecha ha perdido 18 kilos; otros nueve electricistas que iniciaron la protesta con él han ido a parar al hospital, algunos más se han incorporado a la decisión extrema de no comer y la Corte ha resuelto que no es inconstitucional la extinción de Luz y Fuerza del Centro y que no amparará al SME contra la decisión gubernamental que de un plumazo dejó en la calle a 40 mil trabajadores. Pero en medio de esa desfavorable secuencia de hechos ha reforzado su convicción de dejarse morir por la causa.

Cayetano es amable y pausado. Accedió recibirme en el campamento electricista del Zócalo de la ciudad de México levantado con carpas frente a Palacio Nacional. Antes de hablar con él los médicos le miden los signos vitales. Tratan de convencerlo de que desista, pues el chequeo revela que su vida ya está en grave riesgo.

Se incorpora de su catre para saludar y alude a un Convenio de Malta como referente de la legalidad internacional que otorga el derecho a un huelguista de hambre de no recibir atención médica hasta caer en estado de inconsciencia. “Cuando caiga en inconsciencia, entonces que hagan conmigo lo que quieran”, y señala a los doctores que salen de la carpa..

—Pero su familia, Cayetano, ¿qué dicen sus padres, su mujer, sus hijos?

—Me apoyan hasta el final, me piden que no claudique. Mi padre, llamado Raquel, es jubilado ferrocarrilero, luchó al lado de Demetrio Vallejo. Mis hijas sufren pero no quieren que me rinda. Gladis, de 18 años, la más chica, me manda muchas cartas. De entre los cobertores del catre saca una escrita en cartoncillo: “Yo apoyo al hombre sin edad, inteligente y poderoso, inagotable y de excepción. Papá, eres el mejor ejemplo a seguir y mi más grande inspiración”.

Hay, sin embargo, quienes le insisten que desista. Lo cuenta como en secreto: “Ha venido a verme un diputado, muchas veces. Me dice que pida lo que quiera, que me lo da si levanto la huelga”. Pero no revela nombre ni partido. “Ya se lo diré antes de que muera”.

A pesar del húmedo calor de la carpa, Cayetano tiembla de frío. Poco parecen ayudarle una gruesa chamarra de borrega y la boina de lana. Ésta, explica, atenúa el dolor de cabeza que ya es permanente. Está a pura agua y le suministran suero cuando los médicos recomiendan contrarrestar la deshidratación. Debe tomar miel todos los días porque el cerebro no funciona sin azúcares. Pero ya no la aguanta, la vomita.

El ingeniero Cabrera ve cada vez más difícil que se cumplan las demandas. Sabe del fallo de la Corte. De ahí su petición a Calderón de irse a mitas. Ahí mismo se entera que el cubano Guillermo Fariñas levantó su huelga de hambre de 135 días al empezar la liberación en La Habana de disidentes al régimen de los Castro. Apenas sonríe cuando le dicen que el gobierno mexicano se congratuló de que se haya evitado la muerte de un defensor de los derechos humanos.

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