Octubre 11th, 2010
Dinorath Mota
Dinorath Mota
El Universal
JUANDHO. “Estar en Juandho es estar en territorio SME”, reza una de las muchas paredes de esta pequeña población, de apenas 2 mil 500 personas. En cada casa de este pueblo y en cada habitante hay una historia que tiene que ver con el 11 de octubre de 2009.
JUANDHO. “Estar en Juandho es estar en territorio SME”, reza una de las muchas paredes de esta pequeña población, de apenas 2 mil 500 personas. En cada casa de este pueblo y en cada habitante hay una historia que tiene que ver con el 11 de octubre de 2009.
Aquí no sólo es la tierra del líder Martín Esparza Flores, también es el corazón del sindicalismo, de Luz y Fuerza del Centro (LyFC).
Las calles JUANDHO expresan la voz de un pueblo que tiene su
historia ligada a la vida y lucha electricista del SME
Apenas eran las siete de la mañana del domingo 11 de octubre de 2009 cuando las campanas de Juandho empezaron a repicar. Los vecinos tocaban angustiados las puertas de las demás casas, y es que alrededor de las 23:00 horas del sábado anterior agentes federales comenzaron a tomar las instalaciones Luz y Fuerza del Centro.
La noticia sólo era una: la extinción de Luz y Fuerza del Centro.
En pocos minutos Juandho se transformó: unos 2 mil 500 federales llegaron hasta la subestación en donde los trabajadores fueron desalojados de sus labores. En medio de la confusión, los pobladores se reunieron para tratar de impedir la toma de la subestación. “Poco pudimos hacer, entraban patrullas y federales armados, y nosotros sólo éramos mujeres, niños y hombres que acababan de ser desempleados”, recuerda Perla Rufino.
En Hidalgo, esta empresa ofrecía el servicio a 45 municipios. La subestación de Juandho trabajaba en 15 demarcaciones de la zona de Tula. La vida en esta población no es la misma, aquí todo ha cambiado; 95% de sus habitantes dependía de esa labor.
Felipe Jiménez, subsecretario del Trabajo del Sindicato en Hidalgo, señala que en este lugar 85% de los casi 800 ex trabajadores, entre activos y jubilados, no ha cobrado su finiquito; 15% que ya lo hizo, dice, “no llevaba el sindicato en el corazón”.
La planta de Juandho es de las más antiguas, con 100 años de existencia, sólo es superada por la de Necaxa que cumple 107 años.
La economía de este lugar giraba en torno a la compañía de Luz y Fuerza del Centro, y al caer la empresa los daños colaterales se cuentan al por mayor.
Calles vacías y un pueblo abandonado es Juandho, ubicado al sur del estado a unos 80 kilómetros de la ciudad de Pachuca. La población luce triste, los negocios están cerrados y las casas sobreviven a medio construir.
“Aquí las cosas son distintas, la gente cambió y quien más lo ha sentido son los niños, antes muchos de ellos iban a escuelas particulares a Tlahuelilpan, pero ahora los han tenido que sacar”, dice Felipe Jiménez.
Mala campaña
En Luz y Fuerza y en el SME había personal que maltrataba a los usuarios y esos son los que ya se han ido, los que han cobrado su liquidación, asegura.
El gobierno se aprovechó, dice, y la mala campaña que se hizo del sindicato y del servicio que prestaba Luz y Fuerza fue generando un rechazo entre algunos habitantes del país. Pero el tiempo, afirma, ha demostrado que en la empresa también había gente de trabajo.
Hay cosas que duelen en Juandho y una de ellas, además del cierre de Luz y Fuerza, es la represión del 16 de marzo durante la huelga nacional. “Aquí llegaron nuevamente los federales, eran como tres mil agentes, patrullas y helicópteros comenzaron a sitiar al pueblo. Teníamos cuatro helicópteros sobrevolando, hubo agresiones directas, únicamente por defender nuestro trabajo”, denunció Jiménez.
La noticia sólo era una: la extinción de Luz y Fuerza del Centro.
En pocos minutos Juandho se transformó: unos 2 mil 500 federales llegaron hasta la subestación en donde los trabajadores fueron desalojados de sus labores. En medio de la confusión, los pobladores se reunieron para tratar de impedir la toma de la subestación. “Poco pudimos hacer, entraban patrullas y federales armados, y nosotros sólo éramos mujeres, niños y hombres que acababan de ser desempleados”, recuerda Perla Rufino.
En Hidalgo, esta empresa ofrecía el servicio a 45 municipios. La subestación de Juandho trabajaba en 15 demarcaciones de la zona de Tula. La vida en esta población no es la misma, aquí todo ha cambiado; 95% de sus habitantes dependía de esa labor.
Felipe Jiménez, subsecretario del Trabajo del Sindicato en Hidalgo, señala que en este lugar 85% de los casi 800 ex trabajadores, entre activos y jubilados, no ha cobrado su finiquito; 15% que ya lo hizo, dice, “no llevaba el sindicato en el corazón”.
La planta de Juandho es de las más antiguas, con 100 años de existencia, sólo es superada por la de Necaxa que cumple 107 años.
La economía de este lugar giraba en torno a la compañía de Luz y Fuerza del Centro, y al caer la empresa los daños colaterales se cuentan al por mayor.
Calles vacías y un pueblo abandonado es Juandho, ubicado al sur del estado a unos 80 kilómetros de la ciudad de Pachuca. La población luce triste, los negocios están cerrados y las casas sobreviven a medio construir.
“Aquí las cosas son distintas, la gente cambió y quien más lo ha sentido son los niños, antes muchos de ellos iban a escuelas particulares a Tlahuelilpan, pero ahora los han tenido que sacar”, dice Felipe Jiménez.
Mala campaña
En Luz y Fuerza y en el SME había personal que maltrataba a los usuarios y esos son los que ya se han ido, los que han cobrado su liquidación, asegura.
El gobierno se aprovechó, dice, y la mala campaña que se hizo del sindicato y del servicio que prestaba Luz y Fuerza fue generando un rechazo entre algunos habitantes del país. Pero el tiempo, afirma, ha demostrado que en la empresa también había gente de trabajo.
Hay cosas que duelen en Juandho y una de ellas, además del cierre de Luz y Fuerza, es la represión del 16 de marzo durante la huelga nacional. “Aquí llegaron nuevamente los federales, eran como tres mil agentes, patrullas y helicópteros comenzaron a sitiar al pueblo. Teníamos cuatro helicópteros sobrevolando, hubo agresiones directas, únicamente por defender nuestro trabajo”, denunció Jiménez.
Luego de 365 días la calma aún no llega: los ex trabajadores alistan nuevas movilizaciones. “Yo quiero el día de mañana que mis hijos digan qué hiciste por mí y sepan que luché por algo justo. Porque lo justo es tener un trabajo, eso no es un delito, no somos delincuentes”.
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