Dossier 1. Para entender lo que está pasando en Palestina

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A 10 años, siguen llorando su derrota




Los Brigadistas 10
Octubre 2010

El pasado 11 de octubre, en las páginas 6 y 7 de la Gaceta UNAM apareció un artículo titulado “La Huelga de 1999 y los debates sobre la Universidad”, en el contexto de los 100 años de la Universidad Nacional. De entrada, la publicación muestra que en cualquier balance de la mayor Universidad pública de América Latina, la huelga de 1999-2000 no puede pasar desapercibida, ni siquiera en los análisis de quienes quisieran sepultar ese capítulo de la historia universitaria; y no deja de sorprender que a diez años de distancia, a la derecha en la máxima casa de estudios le sigue doliendo su derrota. El artículo está lleno de infamias sobre ese movimiento estudiantil y sería demasiado largo responder a cada una de ellas. Se dice, por ejemplo, que el 7 de junio de 1999 las autoridades tomaron la decisión de “hacer voluntarias las cuotas estudiantiles”, y que el movimiento continuó porque se impusieron “los más radicales... que comenzaron a ser llamados ultras”; lo que no dicen es que en esa propuesta las cuotas de inscripción eran voluntarias pero subían todos los pagos por trámites y servicios, con lo que se tendría que pagar mucho más, además de que dejaba en manos de los Consejos Técnicos la decisión sobre aumentos futuros. Más de un mes después, el 27 de julio, la rectoría lanzó otra propuesta, pero dado el enorme desprestigio de Barnés, esta vez lo hizo a través de un grupo de profesores, por lo que se conoce como la propuesta de los eméritos. Sobre ella, en la Gaceta se dice que, esos académicos “...preocupados por la radicalización del movimiento estudiantil... propusieron la suspensión de las medidas de los reglamentos de pagos”, y a pesar de ello, el movimiento siguió. Lo que ocultan es que esta iniciativa, abrazada por la Secretaría de Gobernación y empujada desde Televisa y TV Azteca con gran entusiasmo, establecía que la “suspensión” sería hasta su discusión en “espacios de discusión y análisis”, que el Consejo Universitario ni siquiera estaba obligado a acatar lo que se resolviera en esos “espacios” y que los demás puntos del pliego petitorio, es decir, las reformas del 97 y los vínculos de la UNAM con el Ceneval, se quedaban como las autoridades habían decidido.

En medio de estas y otras muchas mentiras, el artículo pretende dejar sentadas dos ideas:

1. Dicen que el plan Barnés era una necesidad por la falta de recursos y no una intentona por desmantelar la educación superior pública.

Afirma la publicación que las cuotas, y el conjunto del plan Barnés, tenía el propósito de “reafirmar su condición de entidad pública, afianzar su autonomía...”, pues se trataba de un “...ambicioso proyecto sustentado en principios de liderazgo académico, vinculación y compromiso social”. Y que el aumento de cuotas obedecía a que “...el subsidio federal para la UNAM fue reducido durante ese periodo. Para continuar con los proyectos pese a los problemas presupuestarios, se consideró conveniente diversificar el financiamiento”, donde “diversificar” significa cobrarle a los estudiantes. En realidad el plan Barnés era la concreción de un compromiso explícito del gobierno con el gran capital, y en particular, con el Banco Mundial. Se trataba de reducir al mínimo el presupuesto federal destinado a la educación, dejando las universidades públicas sólo para aquellos que demostraran ser "los más capaces". Es decir, se trataba de expulsar de la Universidad a los que más trabajo les cuesta estudiar. El resultado sería negarle el derecho a la educación superior a un sector social: los de abajo. El movimiento estudiantil decidió defender otra idea muy distinta de la función que tiene una universidad realmente pública: hacer más capaces a todos. Además, cada peso que el gobierno se ahorrara como resultado de este plan, cada peso que dejara de invertir en el presupuesto universitario, sería un peso más destinado a los intereses del gran capital. Por eso, el movimiento estudiantil decía: "no entregaremos la universidad a los dueños del dinero”.

2. Dicen que la huelga estalló y se alargó debido a pugnas internas entre los estudiantes.

“En el rechazo a la reforma... distintos grupos estudiantiles de diversas tendencias ideológicas se organizaron en el Consejo General de Huelga (CGH). Las discrepancias entre las posturas en favor o en contra se agudizaron, el conflicto creció entre descalificaciones mutuas que hicieron difícil matizar las divergencias para encontrar el punto de interés común”. Con este tipo de formulaciones, que abundan en el artículo, las autoridades pretenden ocultar una de las mayores virtudes del movimiento estudiantil de 1999-2000: sus mecanismos democráticos de decisión. El movimiento fue resultado de las medidas del gobierno contra el carácter público y gratuito de la universidad. Los estudiantes realizaron consultas y foros, llamaron a las autoridades a un diálogo, les propusieron detener sus medidas hasta que se discutieran; nada sirvió. Eso fue lo que condujo a la huelga, misma que se discutió en asambleas masivas y, escuela por escuela. En un movimiento masivo, están presentes siempre muchas posiciones, pero el CGH operaba con base en un principio democrático: las propuestas eran discutidas en las asambleas, se llevaban a la plenaria y ahí se definía el rumbo a seguir. Si algo contribuyó a alargar la huelga, fue la cerrazón de las autoridades y su decisión de negociar, no con el CGH, sino con los miembros del PRD-Universidad, para tratar de imponer una salida que no resolvía las demandas del movimiento.

Si la UNAM es hoy lo que es, si sigue siendo una institución pública con gran prestigio a nivel nacional e internacional, en buena medida es gracias a las generaciones de estudiantes que han luchado por impedir que la conviertan en una escuelita privada, es decir, es gracias al CNH del 68, al CEU de 1986, al CGH y tantas generaciones de estudiantes que han luchado por defender esta universidad.

Exigimos a la Gaceta UNAM la publicación de este artículo, como derecho de réplica.

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