Manuel Pérez Rocha
La Jornada
27 de Octubre 2012
En la elaboración del proyecto de la UACM se procuró aprovechar las experiencias y los avances más valiosos en la educación universitaria mexicana, entre ellos las innovaciones de la UNAM instituidas por su Consejo Universitario, propuestas por el doctor Pablo González Casanova en 1971: el Colegio de Ciencias y Humanidades y la Universidad Abierta. La UACM cuenta con un Colegio de Ciencias y Humanidades”, instancia concebida para impulsar la integración de esos dos campos de la cultura en los programas de docencia, investigación, difusión y cooperación; en muchos elementos del proyecto de la UACM también se incorporaron medidas consecuentes con la filosofía educativa democrática y liberal, base de la primera propuesta mexicana de “Universidad Abierta”. El proyecto de la UACM también se benefició de las generosas e inestimables contribuciones de varios académicos de la UNAM, quienes colaboraron a título personal y de opiniones de algunos reconocidos académicos de El Colegio de México y el Instituto Politécnico Nacional.
Asimismo, en el trazo de la UACM se tomaron en consideración elementos valiosos del proyecto de la Universidad Autónoma Metropolitana. Para esto se contó con el apoyo solidario del doctor Luis Mier y Terán, quien como rector de la Unidad Iztapalapa y después como rector general de esa institución, organizó diversas sesiones de trabajo en las cuales participaron académicos y funcionarios de la UAM. En estas reuniones se analizaron las experiencias de esta institución en cuestiones centrales como la organización académica de la misma, el diseño de los planes de estudio y la caracterización del personal académico. El proyecto de la UACM es, por supuesto, responsabilidad de quienes lo elaboramos y no de quienes generosamente nos compartieron sus experiencias.
En 1974, con la fundación de la Universidad Autónoma Metropolitana se introdujo un importante cambio en la educación superior mexicana. La UAM se organizó no en torno a profesiones, como ocurre de manera predominante en la educación universitaria mexicana, sino en campos de conocimiento: a) División de ciencias básicas e ingeniería, b) División de ciencias sociales y humanidades, c) División de ciencias y artes para el diseño y d) División de ciencias biológicas y de la salud; después se ha añadido en la UAM una nueva división, la de “Ciencias de la comunicación y diseño”. Además, dentro de las divisiones se constituyeron “departamentos”, figura usada en las universidades de muchos países para organizar el trabajo universitario con una vocación más claramente académica.
En la UACM la indispensable búsqueda de integración del conocimiento condujo a reconocer sólo dos campos: a) las humanidades y las ciencias sociales, y b) las ciencias (naturales) y la tecnología. Hay quienes las consideran “dos culturas”. Se adoptó el nombre de “colegios” para designar las entidades encargadas del cultivo de esos campos, y se adicionó el Colegio de Ciencias y Humanidades el cual, como he señalado, tiene el encargo de impulsar programas que integran las “dos culturas” (caso paradigmático de esta indispensable integración son los programas relacionados con la salud). Dentro de esos tres colegios operan “academias” las cuales, a semejanza de los departamentos, tienen la tarea de organizar el trabajo de docencia, investigación, difusión y cooperación. Esta organización busca dar espacio a un trabajo académico orientado al desarrollo del conocimiento, independientemente de sus aplicaciones prácticas en el ejercicio de alguna profesión.
Otro elemento del proyecto de la UACM próximo al de la UAM consiste en que los planes de estudio están divididos en ciclos. En la UACM estos planes se dividen en dos partes denominadas “ciclo básico” y “ciclo superior”; en la UAM los nombres tienen variaciones, pero predominan términos como “tronco general, tronco básico profesional y áreas de concentración o tronco terminal”. Un criterio común a estos proyectos es el de posponer la especialización, dotar de entrada a los estudiantes con una formación básica, proporcionarles habilidades intelectuales, conceptos y teorías que les permitan comprender una amplia gama de disciplinas y sobre todo fomentar en ellos un creciente interés por el conocimiento y la cultura (idealmente un amor por la sabiduría) y desarrollar su capacidad de formarse autónomamente. Esta formación básica tiene la función de prepararlos para mantener un proceso de educación continua, necesidad primaria en estos tiempos caracterizados por un avance acelerado de la información y el conocimiento.
Desde hace varias décadas, posponer la especialización es una política señalada por los expertos en asuntos educativos. Es absurdo pedirle a un joven de 18 años decidir su futuro profesional al entrar a la universidad y a partir de la limitada información recibida en el bachillerato. El ciclo básico debe servir también para ampliar los horizontes de los estudiantes, enriquecer su cultura y con ello asegurarse de que tengan elementos para tomar decisiones más fundamentadas. Sin embargo, hay resistencias de no pocos estudiantes, quienes consideran pérdida de tiempo el dedicado a materias básicas que les parecen “ajenas a su carrera”. También hay maestros que pugnan por reducir o desaparecer esas materias y por extender a los primeros semestres los cursos de su especialidad. Este problema se plantea hoy de manera viva en la UAM y en la UACM.
Es responsabilidad de la universidad hacer ver a los estudiantes de primer ingreso que una formación básica sólida les da elementos de decisión al elegir alguna especialidad y la capacidad de moverse en el incierto mundo laboral. Pero sobre todo, es responsabilidad de la universidad fomentar en los estudiantes la valoración de los conocimientos básicos y la cultura no sólo por su utilidad práctica, sino por lo que aportan al enriquecimiento de sus vidas.
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