Jenaro Villamil
13 diciembre 2011
Fiel a su estilo, el precandidato presidencial priista utilizó el método de descalificar a sus adversarios por generar el efecto mediático de sus errores y dislates –“tropezones” les llamó- y no admitir que son responsabilidad propia. De nadie más.
Acusa a los demás de magnificarlos, cuando él en sí mismo está magnificado mediáticamente. No nos paran de señalar que él encabeza las encuestas, que es la figura “más popular” en redes sociales, que tiene un equipo de más de 80 asesores para asistirlo a todo el asunto mediático. ¿Por qué se extraña que sus palabras o sus errores se magnifiquen? El es un personaje público, con una fuerte presencia mediática.
“Después del dislate ocurrido en la Feria Internacional del Libro, parece que la constante es descalificar y generar escándalos, y es común que pueda haber imprecisiones (sic) como la del salario mínimo y otras que se pueden presentar en el futuro”, advirtió tras reunirse con empresarios de la Coparmex.
Peña Nieto no se aguantó y acusó a “la oposición” (¿qué acaso el PRI no es la oposición actualmente? ¿sentirá que ya ganó la presidencia de la República y sus adversarios o contendientes son “opositores”?) de “orquestar” en redes sociales las críticas que se le han hecho por ser incapaz de mencionar tres libros y tres autores que marcaran su vida, por confundir el monto del salario mínimo y también por ignorar el precio del kilo de la tortilla porque “no soy la señora de la casa”.
“Son tropezones que seguramente se van a presentar a lo largo de la campaña electoral, pero no deben ser motivo para descalificar a una persona”, insistió Peña Nieto.
¿Entonces de qué se trata? ¿De ignorar los errores o las carencias de quien pretende gobernar un país tan complejo como México? ¿Hacerle caso sólo a los discursos y frases que pronuncia bajo el guión que alguien más le elabora? ¿Ya se olvidó que él mismo, como candidato a gobernador del Estado de México, en 2005, capitalizó al máximo los errores y “tropezones” de su adversario panista Rubén Mendoza Ayala?
El problema es que el peligro para Peña Nieto es el propio Peña Nieto. No son nuevos ni extraños sus “tropezones” y “errores”. Quienes lo observamos como gobernador del Estado de México sabemos de muchos: sus montos multimillonarios de publicidad televisiva que nunca se han transparentado, su origen como sobrino de dos ex gobernadores (Arturo Montiel y Alfredo del Mazo), pertenecientes al grupo Atlacomulco; su incapacidad para acabar con la corrupción que prevalece en su entidad; su papel en casos muy polémicos como la represión de los habitantes de Atenco o el giro de 180 grados en el caso de la niña Paulette que resultó una “suicida” temprana.
Nadie le está reclamando a Peña Nieto que sea un literato, que se memorice los salarios mínimos o los precios de la canasta básica. Lo que se le critica (y es elemental y necesario en una contienda política) es su incapacidad para asumir sus carencias y resolverlas. No citar tres libros (empezando por el mismo que fue a presentar a Guadalajara) habla no sólo de incultura sino de impreparación para salir al paso de situaciones elementales. Confundir el monto del salario mínimo es grave para alguien que como gobernador y administrador debió tomarlo en cuenta siempre para decisiones fundamentales, a menos que él no haya tomado esas decisiones. Y no conocer el precio del kilo de la tortilla es menos grave que su respuesta de un tradicionalismo machista típico de una cultura política que creíamos superada: “no soy la señora de la casa”.
Too late, dirían los ingleses, cuando se trata de enfrentar la realidad de un Peña Nieto sin guión y sin telepromter. El prefiere acusar a “la oposición” de armar una conjura en su contra.
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