Educados desempleados
Manuel Pérez Rocha
M
uchos
gobernantes y analistas insisten en hacer a los sistemas educativos
culpables del desempleo y del subempleo (fenómenos que se manifiestan
prácticamente en todo el mundo y afectan a muy amplios sectores de la
población) pues, afirman, no generan personas preparadas; pero en los
pasados 30 años ha habido un aumento constante del desempleo de personas
con probada preparación profesional y de empleados cuyo trabajo está
por debajo de su calificación. El presidente Barak Obama declaró hace
unos días que el sistema educativo mexicano debería reformarse de modo
que proporcione a los mexicanos
las habilidades necesarias para los empleos de alta calificación que existen en las zonas urbanasy de esta manera pueda disminuir la emigración de mexicanos a su país. Con planteamientos como este evaden cualquier análisis crítico del sistema capitalista y de su incapacidad para incorporar a la vida productiva a millones de seres humanos, muchos de ellos con altas calificaciones.
La
semana pasada la agencia Afp difundió los siguientes datos: “España
registra por primera vez en décadas un saldo migratorio negativo a causa
de la crisis, que empuja a miles de jóvenes profesionales a ir a
buscarse la vida a países como Brasil y Alemania, con perspectivas más
atrayentes que la desocupación y la precariedad (...) En un país donde
el desempleo afecta a 20.89 por ciento de la población activa, y a 46
por ciento de los menores de 25 años, cada vez más jóvenes profesionales
españoles optan por buscar nuevos horizontes laborales (…) De 36 mil
967 españoles y españolas que emigraron en 2010, 18 mil 838 tenían entre
18 y 45 años, según el INE (el Instituto Nacional de Estadística
español)”.
Para
atender este problema, que en España como en otros países ha alcanzado
dimensiones críticas, el gobierno español repite al pie de la letra la
teoría de la
inempleabilidadde los egresados del sistema escolar. Múltiples medidas de política educativa tomadas en los pasados 10 años (encuadradas en el proyecto europeo Tuning) están orientadas, según dicho gobierno, a hacer
empleablesa los graduados de las universidades: se proponen homogeneizar y reducir el número de titulaciones (carreras); enfocar los posgrados al mercado; mostrar, para el establecimiento de un nuevo título (carrera), su relevancia para el desarrollo del conocimiento y para el mercado laboral español y europeo. “La universidad –dice un documento gubernamental– ya no es un lugar tranquilo para enseñar, realizar trabajo académico a un ritmo pausado y contemplar el universo, como ocurría en siglos pasados. Ahora es un potente negocio, complejo, demandante y competitivo que requiere inversiones continuas y en gran escala (…) son muchas las medidas que se han puesto en práctica con el fin de convertir la enseñanza universitaria en excelente y adaptarla a las necesidades de las empresas (…) para ello se han analizado y se están analizando, a través de numerosas investigaciones en el mercado de trabajo, cuáles son los requerimientos actuales de las organizaciones empresariales. Las universidades, por su parte, adaptarán sus planes de estudio y métodos de aprendizaje a dicho catálogo de competencias”.
Los
promotores de estas políticas olvidan que ese pretendido ajuste de los
planes universitarios al mercado laboral significa una visión
empobrecedora de la educación y además es una mera ilusión, pues ni los
empresarios ni los analistas más informados pueden saber cuáles serán
las condiciones de ese mercado, ya no digamos para dentro de los
próximos 40 años (durante los cuales los actuales estudiantes estarán en
el
mercado laboral), sino ni siquiera para los próximos cinco o 10. Hace casi medio siglo, los economistas de la OCDE experimentaron un tremendo fracaso al pretender prever las necesidades de mano de obra para un conjunto de países (España, Portugal, Italia, Grecia y Turquía); los autores del intento, denominado Proyecto Regional Mediterráneo, concluyeron que el único resultado relevante del gasto multimillonario que hicieron había sido
mejorar los métodos de análisis estadístico. Casi simultáneamente se hizo una costosa mala copia de ese proyecto en México, con resultados nulos.
Hoy
es aún más ilusorio pretender esas previsiones de necesidades
específicas de personal calificado, pues se han acelerado de manera
notable el avance del conocimiento y los cambios tecnológicos; además,
la creación o desaparición de puestos de trabajo en cada país depende de
múltiples y azarosos factores económicos, sociales y políticos. Lo
único cierto son dos tendencias pronosticadas desde hace mucho tiempo:
a) la incapacidad del sistema capitalista para explotar a una porción
importante de la población mundial y b) la descalificación del trabajo
para la mayoría de la población. Ejemplo de un análisis documentado de
la primera es el de Jeremy Rifkin (El fin del trabajo, Paidós), inteligentemente reseñado por Julio Boltvinik en sus recientes ensayos en La Jornada. De la segunda, un trabajo empírico y teórico pionero es el de Harry Braverman (Trabajo y capital monopolista,Editorial Nuestro Tiempo).
En
primer lugar debe rechazarse que con recursos públicos se atiendan las
necesidades específicas de empresas lucrativas privadas. Además, es
necesario reiterar que los sistemas educativos tienen una obligación
clara e indiscutible: dar a toda la población una sólida formación
básica, humanística, científica y crítica que le sirva para moverse en
el incierto mundo del trabajo, para entender el sistema y los procesos
que lo determinan, para ser capaces de convertirse en sujetos
conscientes de los procesos sociales y de formarse una cultura propia.
Otra obligación es dejar de engañar a los jóvenes con promesas de
futuros empleos maravillosos si se inscriben en tal o cual institución
educativa. Aquí cabe releer la enérgica y emocionada denuncia que hizo
hace algunos años Viviane Forrester (El horror económico, FCE) y
su atinada propuesta: “Cerrado el camino del trabajo, la enseñanza
podría darse el objetivo de ofrecer a estas ‘generaciones bisagras’ una
cultura que diera sentido a su presencia en el mundo (…) con ello les
daría razones para vivir, caminos para desbrozar, un sentido para su
dinamismo inmanente”
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