Sobre la continuidad de nuestro movimiento
De vez en cuando es necesario sacudir el mundo,
para
que lo podrido caiga a tierra.
José
Martí
Desde el 26 de septiembre nos ha unido el hartazgo y el repudio hacia un Estado corrompido y podrido en toda su estructura, la convicción de que tenemos que ponerle un alto a la situación que se vive en el país, y la exigencia de que nuestros 43 compañeros normalistas de Ayotzinapa sean presentados con vida.
Mantener la unidad del movimiento es, sin duda, uno de los aspectos indispensables para que esta lucha tenga futuro y logre metas que van más allá de lo que inicialmente hizo que miles de estudiantes en todo el país saliéramos a las calles en grandes manifestaciones, y que las brigadas de jóvenes llegaran a multitud de rincones en todo el territorio nacional, además de la resonancia que se ha logrado por medios electrónicos en todo el mundo.
Este movimiento, que hoy por primera vez en muchos años ha alcanzado un nivel verdaderamente nacional, reivindica como lo han hecho siempre los estudiantes conscientes, la discusión política sustentada en argumentos para resolver cualquier discrepancia. Y reivindica también el absoluto respeto a las decisiones democráticas en asambleas públicas, abiertas en las que todos tengan posibilidades de expresar sus opiniones, como la forma de tomar las decisiones que todos acataremos. Las asambleas han sido masivas en la mayoría de las escuelas incorporadas al movimiento y así deben seguir siendo, y todas las decisiones políticas deben tener un amplio respaldo de esas asambleas.
Para contribuir al debate político, queremos poner a discusión del movimiento las siguientes consideraciones acerca de las perspectivas del mismo.
Una consigna unificadora que ayude a incrementar el agrupamiento
Por supuesto, mantendremos la exigencia de presentación con vida de nuestros 43 compañeros normalistas desaparecidos. Pero es necesario ir incorporando otras consignas o demandas capaces de recoger el descontento y la disposición de lucha, al mismo tiempo que hagan posible que el agrupamiento crezca.
Para empezar, no podemos permitir que prospere la maniobra del gobierno que pretende reducir la responsabilidad de lo ocurrido en Iguala a la actuación de los políticos locales de Guerrero y sus policías. Claro que ellos son responsables, son asesinos colocados en el poder por los propios narcos para asegurar su dominio en la zona. Pero no son los únicos. Tenemos que mostrar con muchos argumentos que toda la estructura estatal es parte del mismo aparato que junto con los narcotraficantes, han hecho un infierno de la vida de millones en muchas regiones del país. Que hay un pacto asesino entre el poder político y los narcos. Que este poder se sustenta en los principios del capitalismo: el despojo y la acumulación, el dinero por encima de la justicia, la soberanía e incluso de la vida.
Peña Nieto, que hasta ahora no había encontrado obstáculos serios en su proyecto de remate de todos los recursos del país para dejarlos en manos de la iniciativa privada, en la anulación de todo derecho social o laboral y la legalización del despojo de los pobres en beneficio de los dueños del dinero, ha perdido ese gran impulso que lo llevó a la portada de la revista Time. Apenas pasados los festejos se le ha caído la careta: está más que claro que hay una entramada red de intereses comunes entre los altos funcionarios y los narcos, intereses que él representa y defiende. EPN es la cabeza más visible de esa alianza que objetivamente han formado los diversos grupos de poder que operan en México, unos de grandes empresarios y otros de grandes capos.
Inició su gobierno en medio del repudio de miles de jóvenes agrupados en #Yosoy132, por su papel en el gobierno del Estado de México y en especial por la represión contra los campesinos de Atenco, y por su estrecha vinculación con los consorcios televisivos que lo encumbraron y, de hecho, lo colocaron en el poder. Es el máximo representante de los responsables de la situación que con la despiadada acción en contra de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, derramó el vaso del hartazgo y el descontento popular. Por ello, resulta natural que en las grandes manifestaciones se grite cada vez con más fuerza la consigna ¡Fuera Peña Nieto!
Esta consigna recoge el repudio a todo lo que él representa, tanto en el terreno de la política económica y social contra los más humildes y contra amplios sectores de la clase media, como en el terreno de la violencia estatal y de los narcos que se traduce en asesinatos, secuestros, desapariciones, violaciones y demás vejaciones contra la mayoría de la población a lo largo y ancho del país.
Por ello, exigir la caída de EPN es una consigna que potencia las posibilidades de que se agrupen en esta lucha otros sectores sociales, además de los estudiantes, como todos aquellos campesinos y pobladores de diversas zonas que están enfrentando megaproyectos como el plan Morelos y el nuevo aeropuerto, los que han sido víctimas de la voracidad de las grandes empresas mineras como los familiares de quienes fallecieron en Pasta de Conchos y los que padecen de la contaminación de sus aguas, etcétera. Recoge el descontento de los maestros de la CNTE que han intentado por todos los medios echar atrás la reforma educativa impuesta por Peña y el de los trabajadores de todo el país víctimas de la reforma laboral.
Peña Nieto representa el desprecio y la indiferencia hacia quienes han buscado justicia en este país y han luchado efectivamente contra la delincuencia, desde Ciudad Juárez hasta Michoacán. Simboliza la impunidad que tanto duele en casos como el que hoy vivimos o el de la guardería ABC.
Por ello, nos parece que está creciendo la fuerza de esa consigna al seno del movimiento y sería un gran error no valorar su potencialidad y no recogerla.
No se trata de generar la ingenua esperanza de que basta con cambiar a la cabeza más visible para que cambie el sistema que padecemos. De ningún modo pensamos en abrirle espacio a una opción “menos peor” que busque reestabilizar el sistema por medio de dádivas y un cambio de discurso. Levantar esa consigna tiene que ir acompañado de denunciar que es preciso ir a fondo para lograr un cambio verdadero, no de fachada, no de partido, sino en la estructura misma del poder político y económico. Hay que demostrar que es necesario sacar del poder no sólo al presidente, sino a todos los funcionarios que malgobiernan y a sus padrinos de los partidos políticos (puerta de entrada del narco a la simbiosis con los gobiernos), para encontrar una nueva forma de organizar el sistema político del país.
La caída de Peña Nieto no es un fin en sí mismo, es un peldaño para lograr vencer al Estado criminal y antidemocrático como hoy lo padecemos. Resulta incuestionable que la fuerza que requiere desarrollar un movimiento que aspire a lograr el derrocamiento del presidente, cimbraría el aparato estatal e involucraría la acción de grandes masas de trabajadores, colonos, campesinos, maestros, estudiantes, etcétera.
Todo lo anterior, se vería reflejado en un cambio en la correlación de fuerzas a favor de los intereses de los de abajo. El movimiento tendría que evaluar en todo momento hasta dónde logra avanzar y las posibilidades de ir incluso más allá.
La disyuntiva actual
Así pues, no existe en este país, en este momento, espacio para medias tintas. Nos encontramos en un punto en que una reforma parcial, una solución cosmética, no atacará el problema de fondo. Estamos en la situación en que o logramos un cambio fuerte y profundo en el estado actual de cosas, o no cambiará nada. Transformar a México de raíz, modificar sustancialmente la forma en que se ejerce y organiza el poder, arrebatárselo a quienes lo han detentado en el último siglo. De ese tamaño es nuestra lucha y es necesario asumir que sólo así lograremos detener y revertir la descomposición social a la que nos enfrentamos.
Pero también es necesario asumir que a pesar de todo lo que hemos hechos, a pesar de la incuestionable crisis de legitimidad que padece el Estado, de las grandes movilizaciones en todo el país y de las protestas que no ceden en su afán de superar la coyuntura y enfilarse a una lucha de largo aliento, no hemos logrado aún reunir la fuerza ni la organización suficiente para lograr ese cambio. Este panorama se complica ante la época que se avecina, pues es muy previsible que la movilización baje en diciembre. El reto entonces, a corto plazo, es diseñar una táctica que permita mantener viva la flama de la lucha durante el próximo mes, y que nos deje en las mejores condiciones posibles para retomar la lucha con toda la fuerza posible en cuanto los estudiantes regresen a las escuelas.
En cuanto a la ruta estratégica que nos permita el objetivo último de transformar este país de fondo, que pasa por darle concreción y realidad a la demanda de que caiga Peña Nieto y golpear lo más fuerte posible al sistema político y económico que lo sustenta, la discusión aún está abierta y debemos asumirla con seriedad y madurez política. Sin consignas ni dogmas preconcebidos, más bien atentos a la realidad, al rumbo que van tomando los sucesos, al nivel de conciencia que van adquiriendo las masas en el andar de su lucha y a las acciones que el enemigo emprenda para derrotarnos.
Reivindicamos que la huelga es el arma política más efectiva que tiene el movimiento estudiantil, y en este contexto representaría una fuerza descomunal dado su posible carácter realmente nacional. Es muy posible que sí necesitemos utilizar esta forma de lucha, que sólo es efectiva cuando es asumida por miles de estudiantes que no sólo cierran sus escuelas y se atrincheran en contra del resto de la comunidad, sino cuando las escuelas son tomadas y se convierten en centros de organización, discusión y acción política, que alimenta de creatividad constantemente y el compromiso con los objetivos, que deben ser claros y consensuados entre todos los participantes. Sin embargo, la desesperación o el cliché manualesco que lleva al planteamiento de “paro indefinido ya”, sin que la convicción de dar ese paso esté enraizada en los estudiantes que están en el movimiento, cuando aún no está clara la demanda que asumiría dicha acción y cuando todavía no corresponde a la disposición real de la masa, en lugar de fortalecer la ruta a la huelga, entorpece y obstaculiza ese camino. Estallar paros indefinidos sin fuerza para sostenerlos en la perspectiva de una lucha larga, genera desgaste, aversión de muchos participantes en el movimiento y al final termina debilitando a quienes emprenden esa acción y después no pueden sostenerla. El llamado a parar permanentemente las escuelas “a como sea”, debilita el movimiento y puede conducir a su destrucción sin que siquiera quede manchado el gobierno.
Otra idea táctica apuesta a desangrar al sistema a partir de mil heridas pequeñas. Pugna por el actuar de pequeños grupos aislados que tomen por decisión propia acciones que algunos consideran “contundentes”. Quemar camiones, patrullas o puertas, y “expropiar” comercios en beneficio de unos pocos, no disuelve el poder estatal y sí aísla a quienes las emprenden.
No se trata de estar contra la violencia por principio, ni de omitir la necesidad de las acciones de fuerza para la lucha que se nos presenta; lo que cuestionamos es la efectividad de esa ruta de acción para fortalecer nuestro movimiento en este momento. Esta táctica ya fue puesta en práctica hace unos años: a partir del primero de diciembre de 2012, hubo quienes entendieron que hacer avanzar la lucha implicaba el enfrentamiento constante con la policía, con la idea de que dichos enfrentamientos crearían una ola de acciones radicales que pretendía afectar al gobierno. El resultado fue completamente opuesto. Lo que se ha logrado con esa táctica ha sido el aislmiento, la división interna, la baja en la participación y la represión indiscriminada; el resultado ha sido la detención de quienes emprendieron ese camino, que desgasta y desvía la fuerza del movimiento. Nada indica que de seguir por ese camino llegaremos a un resultado distinto en esta ocasión.
En conclusión
Para enfrentar al sistema y su ejército, se requiere desarrollar al máximo la consciencia social del pueblo, el compromiso y la convicción, saber que otro mundo es posible y haber empezado a construir en los hechos otras reglas del juego. La lucha ideológica es fundamental y nunca descansa.
No basamos toda nuestra propuesta táctica en la creencia de que los trabajadores detendrán el sector productivo (aunque es imprescindible sumarlos a la lucha), no apostamos tampoco a las acciones espectaculares sin contenido político. Para nosotros, la vía para transformar el país pasa por el más amplio agrupamiento de todos los sectores en lucha y por la incorporación de todos aquellos que tienen razones para luchar pero aún no se han organizado para hacerlo.
Partimos de la necesidad de agrupar a quienes han emprendido desde hace años la lucha contra la violencia del Estado, contra las reformas estructurales, contra los megaproyectos de despojo, y por la defensa de sus derechos más elementales. Con el motor de la movilización y la pelea frontal contra el poder como hoy está establecido en México, necesitamos convocar a todas esas fuerzas a resolver el problema con manos propias, sin esperar una solución que venga desde arriba. Nuestra propuesta no es un camino recto y no es sencilla, pero estamos convencidos de que quien la pinta fácil, es porque no entiende la situación real de este movimiento. Para derrocar a Peña Nieto y avanzar en la transformación de raíz del Estado, fortaleciendo que sean los de abajo los que se apropien de este país, pugnamos por un agrupamiento lo más amplio posible, que al calor de la lucha vaya generando los gérmenes de ese otro mundo posible, los inicios de un poder popular que opondremos efectivamente al poder de los de arriba.
No nos cansaremos de repetir que la fuerza del movimiento estriba en el agrupamiento de cada vez más compañeros, en la conciencia que se va adquiriendo, en la unidad reflejada en objetivos comunes y en acciones acordadas democráticamente, en crear las condiciones para que una vez iniciado el andar, ya no se detenga hasta lograr un avance real.
Nadie puede negar que es la acción de masas la que nos pone en perspectiva de desarrollar un movimiento de gran envergadura, tampoco puede negarse que sin esa acción seremos de nuevo pequeños grupos aislados dando cada quien su lucha, por separado.
Es un deber imprescindible de todos los participantes en el movimiento cuidar la unidad, pues sin ella cualquier perspectiva se disolverá. Repudiamos tajantemente las acciones que ponen en riesgo la unidad del movimiento, en particular, de quienes pretenden imponer su visión de la lucha sin haberla ganado en ninguna asamblea estudiantil, que ponen por encima de los intereses y necesidades del movimiento, una idea preconcebida de lo que se debe hacer, y que recurren a la descalificación, la agresión verbal, las amenazas y el acoso para tratar de lograr que todos los demás puntos de vista se subordinen al suyo, o al menos, que la Asamblea Interuniversitaria les brinde un aval irrestricto para hacer lo que les venga en gana, endosando los costos políticos de sus acciones a todo el movimiento estudiantil.
Observar la realidad, procurar el mayor agrupamiento posible, anteponer las necesidades del movimiento en su conjunto por encima de los de un grupo, asumir con responsabilidad una lucha que debe ser masiva y de largo plazo. Ahí vemos las premisas para la continuidad ascendente de nuestro movimiento.
Los brigadistas – UNAM
15 noviembre 2014
unamenrebeldia.blogspot.mx
FB: UNAM pública, gratuita y en rebeldía
@cghUNAM
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