Ángel Guerra Cabrera.
LA JORNADA.- JUEVES
19 DE ABRIL DE 2012
La decisión de nacionalizar el
petróleo tomada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es un paso
trascendental en la conquista de la segunda independencia de Argentina y de
toda América Latina. El hidrocarburo fue controlado por el Estado desde el
primer gobierno de Hipólito Irigoyen hasta su privatización por el
ultraneoliberal Carlos Ménem(1992).
El decreto enviado al Congreso
por Cristina, cuya aprobación contará con importantes votos opositores,
expropia casi la totalidad de las acciones de la nominalmente española Repsol
en Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) –el 51 por ciento–, declara
de interés público el logro del “autoabastecimiento de la producción
de hidrocarburos y también las tareas de explotación, industrialización,
transporte y comercialización. Asienta legalmente el fin de la primacía del
capital sobre un recurso cuyo carácter finito, de seguridad nacional y objeto
de desaforada especulación, así como su condición de palanca de desarrollo,
exige como ninguno quedar bajo la total rectoría del Estado. YPF, fundada en
1922 por el legendario general Enrique Mosconi, su arquitecto y director
durante ocho años, fue una entidad pública por la que los argentinos sintieron
siempre un enorme orgullo, no sólo por su abastecimiento del mercado nacional
sino su ostensible contribución al desarrollo económico y social y su condición
de símbolo de soberanía.
Conviene recordar que las
empresas de origen español han hecho su agosto en América Latina durante las
décadas neoliberales mediante corruptos contubernios con personeros de los
gobiernos que abierta, o solapadamente, han entregado sus bienes públicos y
recursos naturales a la voracidad de aquellas. Algunas han comprado a precio de
ganga para rápidamente convertirse en boyantes trasnacionales como es el caso
de Repsol, que debe su trasformación en gran empresa al saqueo de Argentina, o
de los bancos BBV o Santander, cuyas utilidades dependen de sus filiales en la
región.
El gobierno argentino
responsabiliza a Repsol con la caída de 54 y 97 por ciento respectivamente de
la producción de crudo y gas entre 1998 y 2011, como resultado de su política
de explotación máxima de los pozos ya existentes cuando se privatizó YPF.
Repsol-YPF apenas invirtió en todo ese tiempo en la exploración y desarrollo de
nuevos yacimientos e infraestructura pues remesaba a su casa matriz el grueso
de los beneficios (13 mil 426 millones de dólares) y seguía una arbitraria
política de precios, altamente lesiva para la economía argentina. Reconvenida
por Buenos Aires anteriormente, la gota que colmó la copa fue la factura de
combustibles que por valor de 9 mil 397 millones de dólares se vio obligado a
importar el país austral en 2011, una grave amenaza para su balanza comercial.
Con el alto crecimiento del PIB que ha mantenido nueve años y en medio de la
profunda crisis energética y de la economía capitalista mundial, para Argentina
es indispensable asegurar el autoabastecimiento e incluso la exportación de
combustible, como argumenta el decreto. Cristina ha señalado que la medida
forma parte de la integración y seguridad energética suramericana, que se
sella, dijo, con el ingreso de Venezuela al Mercosur.
La iniciativa prevé el fomento de
la inversión extranjera privada en el sector energético y las alianzas con
empresa públicas de otros países. Es totalmente falso que ahuyentará de
Argentina a los inversionistas como arguyen los neoliberales. Existe un enorme
interés del capital internacional por asociarse con el país rioplatense, cuyas
reservas de crudo no tradicional se calculan en 116 millones de barriles.
Argentina
ha dicho que pagará a Repsol según sus leyes pero la trasnacional exige una cantidad
desmesurada que ya Buenos Aires ha rechazado. El gobierno de Rajoy, en una
trasnochada actitud colonialista, no ha cesado de lanzar amenazas contra la
Casa Rosada. En lugar de hacer algo por mejorar la dramática situación de los
españoles –que comienzan a emigrar a Argentina–, continúa hundiéndolos en una
insondable catástrofe social. Pero eso sí, defiende a una empresa connotada
evasora fiscal en España con mayoría de capital no español, que en nada
beneficia a los habitantes del reino. Mientras Brasil, Venezuela, Uruguay y
Bolivia han expresado su solidaridad con Argentina –como lo harán otros
gobiernos y los pueblos de nuestra América– Washington se une a las derechas
hispanoamericanas en la defensa de Repsol. ¿Por qué será?
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