Dossier 1. Para entender lo que está pasando en Palestina

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Mubarak fue finalmete derrotado por el pueblo

Revuelta en el mundo árabe
Egipto: la historia se escribe en las calles

Hoy, día de celebrar; mañana será la reflexión, decían manifestantes

Hemos cambiado nuestro futuro sin necesidad de balazos

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Tributo en la plaza Tahrir a los mártires de la lucha pacífica que luego de 18 días derrocó a MubarakFoto Ap
Rodrigo Hernández Tejero
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 12 de febrero de 2011, p. 22

El Cairo, 11 de febrero. La historia moderna se escribe en las calles de Egipto. No sólo en las pancartas y grafitis que llenan de consignas las paredes de El Cairo, sino en las palabras, gritos y canciones que han conseguido acabar con una dictadura que se acercaba a tres décadas.

El día comenzó como los últimos viernes en todas las ciudades del país. Al ser día de oración, millones de personas se acercaron a las mezquitas. Al terminar las plegarias se iniciaron las consignas. El discurso que pronunció Hosni Mubarak la noche del jueves dejó a la comunidad internacional sorprendida y a millones de egipcios abatidos. La Plaza de la Liberación los recibió desde primera hora, y antes de mediodía resultaba toda un odisea adentrarse en ella.

La rabia se había apoderado de muchos egipcios, pero ninguno se permitió desfallecer. Lo que le cuesta entender a este hombre es que no pensamos detenernos, llevamos 30 años sufriendo, así que unos días más aquí no significan nada para nosotros, comenta Said Bani, profesor universitario, quien se ha reunido con sus alumnos durante la protesta de hoy.

Aunque durante días miles de manifestantes prefirieron refugiarse en la plaza por miedo a las represalias de la policía y de grupos afines al presidente, la ira provocada por los gestos del dictador les hizo salir en masa. Esta vez nadie nos podrá detener, coreaban cientos de ellos, mientras los militares tenían que hacerse a un lado para no ser arrastrados por la corriente humana.

En poco tiempo, varios edificios gubernamentales estaban rodeados por jóvenes que subían a los tanques sin pensar en las consecuencias. Otros grupos se dirigían hacia la televisión estatal, hartos de mentiras y censura. Gritaban e intentaron tomarla como símbolo de la nueva voz del pueblo.

Pero era el palacio presidencial el lugar estratégico al que los manifestantes pretendían llegar. La larga distancia y los barrios que atravesarían saliendo desde la Plaza Tahrir eran grandes inconvenientes para llegar, pero lo peor sería la zona residencial de las clases acomodadas, que hasta ahora se habían pronunciado en favor de la continuidad del presidente.

Las casi dos horas de camino arrojaron un sinfín de sorpresas; desde la permisividad del ejército hasta la celebrada compañía de empresarios, jueces y abogados hartos del trato que han recibido sus hermanos. He tenido más oportunidades que la mayoría de quienes se encuentran en la plaza, pero soy conciente de que este país no puede seguir así, queremos una democracia de verdad, aseguraba uno de ellos a una televisora local.

Cuando aún todo el contingente no había llegado hasta el palacio presidencial, se produjeron repentinamente múltiples carreras que desconcertaron a la mayoría. ¿La policía volvía a atacar? ¿Irían con el uniforme puesto esta vez? ¿Habrían arrojado algo más que gases? Pero los pasos de la multitud se dirigían hacia lugares concretos. Restaurantes, tiendas y casas, cualquier lugar que tuviera una televisión. Omar Suleiman anunciaría la dimisión de Mubarak, y la multitud asumiría la victoria de su revolución.

Empezaron así los festejos, los abrazos y los llantos; la reflexión empezará mañana, decían. Pero muchos miraban con atención lo que sucedía. Después de la ambigua postura adoptada por el ejército durante los últimos días, hay quien teme que la historia se repita. Queremos gobernarnos, no que nos gobiernen, gritaban cientos de personas delante de los tanques.

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La fiesta cobró fuerza luego de los rezos en las mezquitasFoto Rodrigo Hernández Tejero/especial para La Jornada

La postura de los soldados ha sido objetivo de todas las cámaras de fotógrafos y televisoras desde el inicio de la celebración. Al principio, reacios a tener contacto directo con la gente, se han empapado poco a poco de su alegría. Los niños querían fotos con ellos, los hombres darles la mano. Una actitud que contrastaba con los gritos y advertencias que les realizaban algunos: No queremos a Tantawi, es uno de los suyos; no queremos a ninguno de los suyos.

Mohamed Husein Tantawi, ministro de Defensa, ha quedado al frente del país y esto no termina de agradar a muchos egipcios que quieren un cambio real en la estructura del régimen. Aunque los primeros análisis en los canales de televisión del país hablaban de él como un hombre de confianza de Mubarak y como la llave que había conseguido su salida del gobierno, lo cierto es que pocos manifestantes creen en una persona así para llevar a cabo las transformaciones que requiere la nación.

Tiempo de festejar

El tiempo para debates no ha durado mucho. Los mismos restaurantes y tiendas donde la multitud se asomaba cerraron pronto sus puertas para acompañar a los manifestantes de vuelta a la plaza. El caos en El Cairo se hizo aún más insoportable de lo habitual. Los conductores dejaban sus coches a mitad de la calle, atravesados en puentes, y salían a bailar unos con otros.

Las barricadas y puestos de control se convirtieron en inesperados escenarios, donde cientos de personas saltaban ondeando miles de banderas que cubrían el cielo de la capital.

En medio del éxtasis es difícil encontrar la serenidad para explicar lo que uno siente, pero Marwa, abuela de tres pequeños que la acompañaban en todo momento, decía una y otra vez las mismas palabras: Después de una noche de decepción, cómo no voy a disfrutar de esto. Después de 15 días de lucha, cómo no voy a disfrutar de esto. Después de 30 años de sufrimiento, cómo no voy a disfrutar de esto.

Niños aparecían de la mano de sus madres, bebés en los brazos de sus padres. Esta revolución es para ellos, grita, emocionado, un hombre. Un gran cartel en inglés, colgado en la espalda de un manifestante, dice que el pueblo no debe temer a sus gobernantes, sino los gobernantes a su pueblo.

Quiero que nuestros hermanos árabes se den cuenta de que es nuestra hora, cuenta Abdel. Nosotros superamos el miedo, es hora de que ellos lo hagan. Pasan las horas, pero la gente no regresa a sus casas. Aparecen banderas de Argelia, de Jordania y de Palestina.

Los egipcios no quieren saber esta noche de política, no les interesan los pactos y hacen caso omiso a los grupos que quieren apuntar esta victoria como suya. Millones de personas de un país cada vez más polarizado han enseñado el camino a otros pueblos del mundo. Abdel lo tiene claro: Hemos cambiado nuestro futuro y no hemos necesitado balas.

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